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"La ciencia del Amor" Encuentro de Estudio de la Ficha Nº 09.
Ficha Nº 09: "La ciencia del Amor"
Ponente: P. Iván Mora Pernía, ocd
Presentamos en esta breve oportunidad una pequeña, muy pequeña muestra del contenido espiritual y contemplativo de una gran mujer, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), Mártir de nuestra Orden Carmelitana. Su memoria litúrgica se celebra el 9 de Agosto.
Edith Stein nació el día del Kippur, día festivo para los hebreos, y en Breslavia Alemania, el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia hebrea. Edith fue la última de once hijos. A los dos años de edad, muere su padre. Hizo sus primeros estudios y el Bachillerato en su ciudad natal con calificaciones siempre sobresalientes.
En la Universidad de Breslau estudia, de 1911 a 1913, Germanística, Historia, Psicología y Filosofía. En 1913 se traslada a Göttingen para seguir sus estudios de filosofía siendo discípula de Edmund Husserl, un hebreo y no creyente, genio filosófico de su tiempo, haciendo el exámen de Licenciatura con calificación sobresaliente en 1915. Durante este período, llega a un ateísmo casi total, pues abandonó la fe y las prácticas religiosas.
Estalla en 1914 la primera guerra mundial y Edith trabaja como enfermera voluntaria siendo enviada a un hospital del frente. Después de ese infatigable trabajo, hace el examen de doctorado en la Universidad de Freiburg, con la calificación Summa cum laude.
De 1916 a 1918 es ayudante del filósofo Husserl en Freiburg. Los dos años siguientes los dedica al trabajo científico privado y a partir de entonces busca acceder a una cátedra universitaria, lo que no consigue pues todavía permanecían cerradas a las mujeres, aún así, era políglota, dominaba 6 idiomas. Apasionada buscadora de la verdad, a los 30 años de edad (1921), mientras se encontraba de visita en casa de una amiga, logró hallarla con la lectura de la autobiografía de Santa Teresa de Jesús de Ávila. Se dice que en una sola noche Edith había leído y asimilado el texto teresiano. Cerró el libro y exclamó: "Aquí está la verdad" y decide convertirse al catolicismo. El 1 de enero de 1922, recibió el bautismo en la iglesia católica.
De 1923 a 1931 enseña en la escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena de Speyer. Además de las clases, escribe, traduce y da conferencias. De 1932 a 1933 es profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía científica en Münster. Su fama de conferenciante traspasa las fronteras de Alemania y es invitada a hablar en Francia y Suiza. Cuando contaba con 32 años enseña en la escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena en Espira.
Desde su conversión deseó entrar en el Carmelo a pesar de la oposición de la familia, y su deseo se vio cumplido el 14 de octubre de 1933, a los 42 años, ingresando en el Carmelo de Colonia. Aquí cambia su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz. Su familia hebrea, rompe con ella. El 21 de abril de 1935, domingo de Pascua de Resurrección, emite sus votos religiosos y tres años después, aquél mismo día, sus votos perpetuos. Su vida será ya una Cruz convertida en Pascua. Dentro del convento, por orden del Provincial, continúa sus estudios científicos. A medida que el nazismo se consolida en el poder su condición de judía es una amenaza para ella y para la comunidad.
El día 31 de diciembre de 1938 emigra a Holanda y se establece en el convento de Echt. Aquí la encomiendan, entre otros trabajos, un estudio sobre San Juan de la Cruz, y escribe La ciencia de la Cruz. El día 2 de agosto de 1942 es detenida por la Gestapo, junto con su hermana Rosa, también convertida al catolicismo, y llevada con otros religiosos y religiosas al campo de concentración de Amersfoort. Luego, en la noche entre el 3 y el 4 de agosto, los presos fueron trasladados al campo de Westerbork, situado en una zona completamente deshabitada al norte de Holanda.
El 9 de agosto de 1942, llegaba en el tren de la muerte al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Por su edad (51 años cumplidos), su baja estatura, sin signos externos de robustez, en la mentalidad nacista, no servía para trabajos forzados. La llevaron a la barraca 36, siendo marcada con el Nº 44.074 de deportación, para morir mártir de la fe cristiana a los 51 años de edad, en la casita blanca, víctima del Ciclón B: Ácido Cianhídrico; durante la persecución nazi, ofreciendo su holocausto por el pueblo de Israel. La ducha anunciada, en vez del agua deseada, emanó el tóxico ciclón B de la muerte casi instantánea. Su cuerpo sin vida fue calcinado con leña (todavía estábamos en agosto de 1942). No hay tumba. Las cenizas o huesos de la Hna. Edith se arrojaron en el campo adyacente. Hoy es un verde campo con cruces que plantan allí los grupos de peregrinos.
Mujer de singular inteligencia y cultura, ha dejado numerosos escritos de elevada doctrina y de honda espiritualidad. En 1962 se inició su proceso de beatificación. Teresa Benedicta de la Cruz dramática síntesis de nuestro tiempo, Mujer hija de Israel, Mártir por la fe en Cristo, y Víctima del exterminio judío, fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia, el 1 de mayo de 1987. Su fiesta se celebra en el Carmelo Teresiano el 9 de agosto. El papa Juan Pablo II canonizó a la judía, filósofa, monja, mártir y beata, Teresa Benedicta de la Cruz de la Orden del Carmelo, el 11 de Octubre de 1998 en la Basílica de San Pedro en Roma.
Del misterio de la Cruz a la libertad y de la libertad al amor… conversión para amar!!!
“Es el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, misterio de cruz y de esperanza, la ocasión casi definitiva que lleva a Edith a adentrarse, sin más miedos, en el camino de la fe, en la búsqueda decidida de Cristo. La situación fue proporcionada por una muerte: la de Adolf Reinach con quien se sentía estrechamente unida. Este hombre, filósofo sincero y buscador incansable, fue la antorcha que iluminó a Edith en el momento más profundo de su crisis…
En 1917 Edith Stein fue llamada por la viuda de Reinach para que le ayudase a preparar los manuscritos del difunto en vistas a una publicación. Ella, además de la tristeza, iba con el miedo de encontrarse con una viuda destrozada por el dolor. Sin embargo, la realidad fue bien distinta [1]. Este encuentro produjo en ella una reacción de asombro. El encuentro con la cruz de Cristo hizo que todo su interior se tambalease, dominándola sin que ella pudiese controlarlo… en una de sus cartas a Roman Ingarden se delata su estado interior de sufrimiento y búsqueda de paz [2]. Pero ya antes de esta crisis se había lanzado a la lectura de las Confesiones de San Agustín… (y también,) se aventuró en la lectura del Nuevo Testamento, pues se había dado cuenta de que “había descubierto un mundo que se escapaba al estudio y a la investigación filosófica”…
Entendemos el enunciado tanto en clave vital como intelectual. El encuentro con la cruz de Cristo la conduce a profundizar el mensaje desde el punto de vista científico, y al mismo tiempo va a entablar una relación de amistad con Cristo que va a culminar en la conversión. La presencia del tema religioso en sus estudios científico-filosóficos es claramente constatable, si bien su objetivo no es meramente religioso.” [3]
Por esos días dirá: “Yo puedo ansiar alcanzar la fe y por ello preocuparme con todas las fuerzas y no necesariamente serme concedida” (PK, p. 43) Y en su obra Psychische Kausalität (Causalidad Psíquica), “se delata, incluso, una experiencia profunda, casi mística, de la presencia de Dios en su vida… describiendo lo que seguramente fue su experiencia vivida a pesar de no ser aún cristiana [4]:
“Existe un estado de quietud en Dios, de relajación de toda actividad intelectual, en que no se hacen planes, no se toman resoluciones, y no se actúa, si no que todo lo venidero se deja en manos de la voluntad divina, abandonándose a la Providencia. Esta suerte me fue deparada después de una experiencia, que sobrepasó mis fuerzas, que absorbió toda mi energía vital y que me privó de toda actividad. La quietud en Dios es algo totalmente nuevo y particular en contra de la negación de la actividad por falta de fuerza vital. En su lugar aparece el sentimiento de estar escondido, de estar liberado de todo problema, preocupación u obligación. Y mientras más me entrego a este sentimiento, me comienzo a llenar más y más de vida nueva, que me empuja a nuevas ocupaciones, sin que para ello actúe la voluntad. Esta energía vital aparece como flujo de una actividad y una fuerza que no son mías, y que sin ningún tipo de exigencias por mi parte, trabaja en mí”. (PK, p.76).
Ahora, Cristo nos ha traído la salvación para hacer de nosotros miembros de su Cuerpo Místico para darnos gratuitamente su amor en libertad. Somos de Cristo y su Iglesia por gracia de Dios y por voluntad libremente propia. No obstante, “el último fundamento sigue siendo… la vida interior; la formación del hombre va desde dentro hacia fuera. Cuanto más profundamente esté el alma unida a Dios, y cuanto más desinteresadamente se haya entregado a su gracia, tanto más fuerte será su influencia en la configuración de la Iglesia” (ESW XI, p. 145)
La ciencia del amor consiste entre otras cosas, en tomar conciencia del Amor que Dios nos tiene, conocernos a sí mismos en la libertad que Dios nos da, en saber recibir de Dios lo que nos quiera dar desde la esencia de nuestro propio ser (en la oración contemplativa o mística) y, saber transmitir, dar o compartir en libertad y amor a nuestros prójimos lo que gratuitamente recibimos de Dios. Esto es convertirnos al Amor.
“Este enunciado descansa sobre el pensamiento steiniano, varias veces señalado, de que el centro del alma es el centro de la libertad (para el Amor). Libertad e interioridad son dos realidades que van estrechamente unidas en el ser espiritual del hombre, en su vida. El que quiere alcanzar la plenitud de su libertad (en y desde el Amor), debe necesariamente alcanzar su centro, es decir, debe interiorizarse. Entrar en sí es un acto del conocimiento personal, de la vida espiritual; es descubrir el interior para hacerse consciente de la propia realidad. Este conocimiento, este convertirse en hombre interior, es imprescindible para llegar a situarse en el centro de la propia libertad, puesto que el sentido último de la misma consiste en “seguir sin estorbos al Espíritu”, sabiendo que los obstáculos más grandes “yacen en nuestro propio interior” (Hochzeit des Lammes, en ESW XI, p. 131).
La libertad de la persona humana, aun siendo una realidad condicionada a su finitud, es algo específico de su personalidad y desempeña un papel constitutivo en el crecimiento del hombre, de tal modo que (negar el Amor) “negar la libertad es menguar posibilidad de ser, y de ser persona”[5] y “lo que ofrece por su libertad y para qué se entrega lo ofrecido, esto es lo que decide el destino de la persona” (OSP p.159). Por otro lado resulta lógico que la libertad sobre uno mismo se alcance sólo en la medida en que uno se va conociendo: “Pero el que vive recogido en la profundidad (diríamos, el que ama a sus hermanos desde la contemplación del Misterio del Amor) percibe igualmente las cosas pequeñas dentro de las grandes unidades; es el único que puede apreciar de una manera justa su importancia y ordenar su conducta de una manera adecuada. Sólo en él se orienta el alma hacia la información completa y hacia el perfeccionamiento de su ser” (EES p. 405 / SFSE p. 453).
Y es que sólo en la interioridad se capta “la esencia del alma” (EES p.402 / SFSE p. 451). El hombre interior en cuanto que vive en su centro alcanza la posibilidad del descubrimiento de Dios. Sólo desde aquí es posible un encuentro auténtico, fundamentalmente por dos razones. La primera –Edith se coloca en la tradición teresiana-, es porque Dios mora en el centro del alma. La segunda razón es que sólo desde su interioridad más profunda el hombre es más libre, y la unión con Dios en cuanto acto de amor exige la respuesta más libre que el hombre pueda dar. Y es en este acto donde se constituye la medida de la santidad del hombre que libremente otorga su voluntad a Dios. Como consecuencia Edith afirma que sólo aquí, en el centro de la libertad, es posible la unión mística de amor con Dios. Paralelamente situarse en el centro del alma conlleva un mayor conocimiento de sí y de Dios.
Este darse a Dios como realización de la “esencia más íntima del amor” es, en su sustancia, el acto más libre de que es capaz el hombre, “porque no dispone sólo de una emoción aislada, sino del conjunto del propio yo, de la propia persona” (EESp.417 / SFSE p. 467) y porque, en definitiva, “el amor es lo más libre que hay” (EES p. 409 / SFSE p. 459). “El don de sí a Dios es, al mismo tiempo, don al sí de Dios que es amado, y a la creación entera, es decir, a toda esencia espiritual unida a Dios” (EES p.420 / SFSE p. 470)”. [6]
Algunas Siglas sobre Edith Stein utilizadas en este estudio:
EES Endliches und ewiges Sein, ESW II
ESW Edith Stein Werke
OSP Die ontischeStruktur der Person, en ESW VI
PK Psychische Kausalität, Tübingen 1970
SFSE Ser finito y ser eterno, México 1994.
Textos Bíblicos para orar: Efesios 4,17-32; Lucas 14,25-35; Mateo 10, 17-42
Marcos 8, 34-38: Luego llamó no solamente a sus discípulos, sino que a toda la gente, y les dijo: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues quien quiera asegurar su vida la perderá; y quien sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, se salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? Sepan que si alguno se averguenza de mí y de mis palabras en medio de esta gente adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la Gloria de su Padre, rodeado de sus santos ángeles.”
Preguntas para reflexionar:
Desde mi encuentro de conversión con Dios ¿Cómo entiendo ahora aquella frase de “el amor es lo más libre que hay”?
¿Cómo respondo libremente a Dios en y por amor viviendo o experimentando mis cruces cotidianas?
¿Mis sequedades, desiertos, noches oscuras, enfermedades, muertes de seres queridos … cómo me están llevando a convertirme más a Dios con libertad, en fe, esperanza, amor y servicio a los demás?
Es el camino del pensar.
Lo permanente del amar,
es el camino del ser.
Lo permanente del ser,
Es el camino del amor.
Iván Mora Pernía, Madrid, 14 de junio de 1992 (España)
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Citas:
[1] Así nos lo narra la hermana de Reinach, Pauline, presente en aquella ocasión: “A la muerte de mi hermano, muerto en Flandes en 1917, mi cuñada invitó a la Sierva de Dios a pasar por su casa para ayudarla con los manuscritos del difunto. Pude constatar cómo la Sierva de Dios fue trastornada (quedó sorprendida) al ver a mi cuñada aceptar la muerte de su marido con tanta fuerza y abandono. Entonces ella comprobó cuán grande y divino era el cristianismo. En esa época mi cuñada era aún protestante”, en Positio, pp.437-438.
[2] En primer lugar pedirte disculpas, porque últimamente he sufrido bajo la presión de los días tan duros que me han precedido y me siguen, de tal modo que no he tenido ni un momento de alegría. Sobre todo porque me resultaba imposible, ya que no tenía fuerzas, el contarte mi sufrimiento y de este modo llevar a tu vida más oscuridad en lugar de un poco de luz. Lo que ahora busco es tranquilidad y el restablecimiento de mi yo, que se encuentra totalmente destrozado” (Brief 24.12.17, en ESW XIV, p. 64).
[3] Cfr. Francisco Javier Sancho Fermín, “Edith Stein, Modelo y Maestra de Espiritualidad”, Monte Carmelo, Burgos 1997, pp. 137-139.
[4] Cfr. Ibidem, p.143.
[5] E.García Rojo, La constitución de la persona en Edith Stein, en RevEsp 50 (1991)343.
[6] Cfr. Francisco Javier Sancho Fermín, “Edith Stein, Modelo y Maestra de Espiritualidad”, Monte Carmelo, Burgos 1997, pp. 341-343.
Ficha Nº 08 El caminito para llegar al Dios contemplado
miércoles
El caminito para llegar al Dios contemplado
Ponente: Iván Mora Pernía, ocd
“Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra, !Que el Amor es eterno!... ¡Oh, Jesús, amor mío!... por fin, he hallado mi vocación. ¡Mi vocación es el Amor!” Santa Teresita de Lisieux (Ms B F.3vº)
Escala espiritual. Camino. Ascensión. Senda de perfección. Estados o grados:
“La vida del místico aparece en su transcurso general y en cada una de sus fases como una ascensión permanente o repetida desde un estado inicial hasta llegar a la cumbre de la experiencia espiritual. En la reflexión teológica sobre esta realidad observada, se intentará constantemente describir la ascensión y cada una de sus etapas en forma de escalas, en las que se distinguen grados diversos del amor o del conocimiento. El símbolo de todos los modelos de escalas espirituales es la escala del patriarca Jacob en Génesis 28,12.” [1]
En la Ficha Nº 02 “Convirtiéndonos al misterio” recordábamos “que “mística” no será tanto el camino principal de adelantamiento espiritual que cada quien haga o busque sino más bien, la inefable unión de amor con Dios que cada uno(a) alcance. Ahora bien, en este camino de la contemplación y de la mística, los hijos de Dios convertidos a Él, son aquellos transformados y unidos con Dios y movidos por su Espíritu Santo. Y la puerta para enriquecer esta transformación y unión con Dios es la oración, el ejercicio o trato de amistad “con Aquel que sabemos nos ama”.
Con su Cántico Espiritual, San Juan de la Cruz nos regala un camino a descubrir y trabajar en orden al dinamismo de la vida espiritual por el que podría entrar aquel(a) que desee transitar bajo la acción del Espíritu Santo de Dios y convertirse al misterio de Dios, recibiendo gracia tras gracia.
Dinamismo de la Vida Espiritual o estados o vías de ejercicio espiritual
Vía purgativa -----= Principiantes ---= Búsqueda ansiosa
(meditación)
Vía iluminativa ----= Aprovechados ----= Encuentro de Amor
(contemplación)
Vía unitiva ---------= Perfectos ----------= Unión plena
(desposorio) (alta contemplación)
(matrimonio)
Estado beatífico ------= aspiración a gloria
a que aspira
Estas vías o estados de ejercicio espiritual para llegar a la alta contemplación son experimentadas de diverso modo por quienes toman la acertada determinación de convertirse al amor. Pero, para algunos, este camino se torna muy cuesta arriba porque no llegan a entender lo sabroso y medicinal de esta doctrina sanjuanista, se asustan con la exigencia radical. Se quedan tal vez, al lado del camino.
Santa Teresita del Niño Jesús, la carmelita francesa de Lisieux, proclamada el 19 de octubre de 1997 por Juan Pablo II, Doctora de la Iglesia, nos ilumina este recorrido del camino de la contemplación mística desde el amor (escalas espirituales), mostrándonos a su estilo, “un caminito”, y que no por parecernos “más sencillo” deja de ser desde el Evangelio, y desde su doctrina, radicalmente exigente. Es un “caminito” para llegar a la cumbre de la santidad, es decir, a la cumbre de la contemplación mística, en y desde el compromiso cristiano con los prójimos, en lo cotidiano.
El caminito: “La expresión “caminito” o “petite voie” aparece sólo dos veces en los escritos de Teresa (si bien ella la utilizase en la comunicación oral). Y esas dos veces, aparece precisamente cuando la Santa refiere en junio de 1897 (C 2v-3r) su gran descubrimiento (que había ocurrido en el otoño de 1894): encontrar “un caminito muy recto y muy corto, un pequeño camino totalmente nuevo” (“une petite voie bien droite, bien courte, une petite voie toute nouvelle”), distinto de la “dura escala de la perfección”, que ella, retenida por su “pequeñez” y sus “imperfecciones”, se halla demasiado pequeña para subir”. Esta nueva senda (“petite voie”) debe conducirla a la “cumbre de la santidad”, y consiste en hacerse conducir, como ·por un ascensor”, por “los brazos” de Jesús.
Bajo esas múltiples imágenes, el dinamismo de esta pequeña senda brota de la confianza en la misericordia divina, en el amor salvador y santificante de Dios al que muy pronto Teresa se ofrecerá como víctima, el 9 de junio de 1895.
Ese descubrimiento del caminito estuvo precedido y preparado por una larga búsqueda de la santidad (“desde siempre he deseado…”) y por una prolongada experiencia de la propia impotencia, (“he constatado siempre…”: C 2v). Desde que Teresa, a sus nueve años, se propone llegar a ser “una gran santa”, vislumbra que su ideal se realizará por un caminito “escondido”, en el que “los hechos deslumbrantes” (a la manera de Juana de Arco) no serían necesarios (A 32r); esta manera de ver la orienta hacia la vida oculta del Carmelo. En el Carmelo, teresa se esfuerza por “escalar” generosamente la “montaña del Amor” (Ct 110), proponiéndose “conquistar la palma” (Ct 55), “conquistar la santidad a punta de espada” (Ct 89),queriendo “amar a Jesús más de cuanto jamás ha sido amado” (Ct 74).
Pero al experimentar su propia debilidad, en 1893 Teresa se abandona más y más a la secreta acción santificadora del Señor (Ct 142). De hecho, a partir de este verano de 1893, Teresa avanza por su “caminito” (sinónimo de “camino de la infancia espiritual”, expresión ésta introducida por la Madre Inés y que Teresa nunca ha utilizado, aun cuando le agradase tanto la imagen bíblica del niño). Pero Teresa camina por esa senda como en la oscuridad, sin comprender bien cómo se las arreglará Jesús para convertir sus esfuerzos en progreso de santidad (Ct 142).
Esa comprensión le vendrá gracias a su descubrimiento del caminito, en el otoño de 1894. Aceptando en humildad su propia pequeñez, Teresa se sentirá invitada por el Señor, precisamente por ser “pequeña” (Prov 9,4: en la traducción que ella lee), y osará desde ese momento confiar y entregarse incondicionalmente en los brazos de Dios, “brazos” del Verbo Encarnado, que la “llevarán” y la colmarán de gracia, de amor y de santidad, “como una madre acaricia a su hijo” . Teresa se apercibe que a partir de ese momento deberá “hacerse cada vez más pequeña” (C 3v), cada vez más confiada en el amor maternal de Dios.
Cuando en 1895 la joven carmelita escriba su vida, después de las primeras líneas releerá toda su existencia a la luz deslumbrante de la “Misericordia”, a la que se ofrece como víctima el 9 de junio de 1895. Este acto de “Ofrecimiento” ya no es sino la última consecuencia y la expresión orante del caminito recién descubierto. Los primeros párrafos de esta oración de “Ofrecimiento” (Or 6, cfr. Apéndice Nro 01) expresan netamente las líneas de fuerza de su concepción del caminito:
1) “Deseo” de la “santidad”.
2) Experiencia de la propia “impotencia”.
3) Abandono a la acción de Dios, que será “El mismo de su santidad”.
4) Fe y convicción de la legitimidad de sus “deseos inmensos” a la luz del Amor salvífico de Jesús, “puesto que Vos me habéis amado –dice ella al Padre- hasta darme a vuestro Hijo único para que sea mi Salvador y mi Esposo”.
Sobre ese pedestal de fe en el Amor Misericordioso de Dios, y por otro lado, de la humilde aceptación de los propios límites, Teresa construye el puente de la confianza, por el que Dios viene a buscarla y llevarla hacia la ribera de la santidad.
En Septiembre de 1896, ya en el manuscrito B –verdadera carta magna del caminito, llamado aquí “pequeña doctrina “-, Teresa explica más a fondo su idea de “confianza” y de “abandono”, su “locura de esperar” en la acción del “Verbo Divino”, el cual de mil modos “se lanza” a nuestro encuentro, dado que El “ha venido a llamar a los pecadores”.
Pero ese manuscrito B, testigo de un crecimiento espiritual que en Teresa jamás se estanca, sitúa mejor el caminito en su contexto eclesial (él es la senda para realizar la vocación del amor “en el corazón de la Iglesia”), y define su universalidad, a la que Teresa invita a “todas las almas pequeñas” (B 5v y 1v). Y a la vez esboza el programa de las “pequeñas cosas”, las “nadas”, cuyo “valor” provendrá del “toque” de la mano del Señor (B 4r-v)
En la dirección espiritual dada a sus novicias, e incluso a sus hermanos misioneros, especialmente a Mauricio Bellière (Cf UC 12.8.2), Teresa orienta su caminito más expresamente a los detalles de la vida; lo concretiza en otras imágenes; lo circunscribe con descripciones características y definiciones sencillas y amplias. Cuando ella misma presenta su misión póstuma, en el centro de la enseñanza sitúa el caminito, modo de “hacer amar al buen Dios como yo lo amo” (UC 17.7) [2].
Camino Seguro: “(“Ma voie est sûre”).—Palabras de Teresa en sus últimos días a propósito de su doctrina espiritual. Las pronunció en diálogo íntimo con sor María de la Trinidad, a propósito del “camino de la infancia” (“ma petite voie de confiance et d´amour”: Proceso Informativo, 454). Teresa promete que, si al llegar al cielo después de su muerte, viene a descubrir que su doctrina sobre el “camino de la confianza y amor” está equivocada, “yo misma obtendré el permiso de Dios para venir inmediatamente a advertíroslo. Entre tanto, creedme, mi camino es seguro, seguidlo fielmente”(ib.) [3].
Abandono (abandonarse) a la acción de Dios: Abandono viene del verbo “Abandonar”: Dejar solos (algo o a alguien) apartándose (de ellos) – (Dejar una actividad, un lugar).
“Abandono” es virtud familiar de los Martin. Teresa podía leer esa palabra-lema en la vela del bajel (buque de vela) que le regaló Celina el día de Navidad de 1887 (cf. A 67v). Sin embargo, el sustantivo “abandono” no aparece en los escritos personales de Teresa antes del 6 de julio de 1893 (Ct 142), fecha en que el abandono pasa a ser, para ella, un verdadero concepto existencial, un camino concreto de santidad, preludio del descubrimiento de su “caminito”. El motivo de esta ausencia se debe a la generosa actitud de “conquista” activa, adoptada por Teresa hasta ese momento en su proceso de búsqueda de la santidad y de la perfección del amor.
Tras haber experimentado largamente su propia debilidad insuperable, y la inmensidad del amor de Dios al que ella no logra corresponder como se lo reclama el propio corazón (cf Ct 169: “jamás nosotras podremos hacer por El las locuras que El ha hecho por nosotras”), por fin en 1893 Teresa se rinde a la realidad de su propia impotencia, a la vez que se rinde a Jesús. Es El quien deberá llevar a cabo en ella la tarea santificadora: “El mérito no consiste ni en hacer ni en dar mucho, sino en recibir y amar mucho… Jesús me enseña a jugar a la banca del amor, o más bien es El quien juega a favor de ella sin decir cómo se las arregla…; pero todo eso se hace en paz, en el abandono: es Jesús quien lo hace todo en mí, yo no hago nada” (Ct 142).
Tras el descubrimiento del “caminito”, con la nueva luz que ese hecho aporta, el abandono “audaz” e incluso “temerario” (B 5r) aparece frecuentemente como una actitud general de confianza y de amor frente a la acción de Dios. El término “abandono” pasa a englobar todo el “caminito”: “A Jesús le place mostrarme el único camino que conduce a esta divina hoguera (del amor), y ese camino es el abandono del niñito que sin temor se duerme en los brazos de su Padre” (B 1r). “Jesús no pide grandes acciones, sino solamente abandono y gratitud” (B 1v). “Tú deberás navegar por el mar tempestuoso del mundo con el abandono y el amor de un niño que sabe que su Padre lo ama y no lo dejará en el momento del peligro” (Ct 128).
Hay por tanto una diferencia notable entre el abandono de Teresa muchacha, y el de la carmelita ya consumada. Antes de su ingreso al Carmelo (1888), y en los primeros años que siguen a su entrada, el abandono tiene su punto de arranque en las dificultades concretas, está acompañado de tristeza, y recae únicamente sobre el terreno estrecho de las pruebas soportadas. Después del hallazgo del “caminito” (otoño de 1894), el abandono nace ya de la visión de la Misericordia divina, produce gozo, y se convierte en una actitud que abarca toda la vida.
Con frecuencia la noción de abandono apenas se distingue, en los escritos de Teresa, de la noción de confianza amorosa, universal y duradera. En esos casos, el abandono parece ser como la faz de la confianza a lo largo del tiempo de espera que precede a la realización de los deseos. Cuando el abandono se refiere a la conformidad con la voluntad de Dios, tal como ésta se manifiesta en el presente o de cara al porvenir, se acerca y se parece más al amor que a la esperanza. En este sentido, el abandono de Teresa es una actitud llena de decisión vigilante: “Me guía sólo el abandono” (A 33r). “Cómo quisiera yo aplicarme a hacer siempre y con el mayor abandono la voluntad de Dios” (A 84v).
Su poema “El abandono es el fruto delicioso del amor” (P 54, Cfr. Apéndice Nro 02) ilumina bien el clima de felicidad, de paz, de gozo y libertad producidos por el abandono” [4].
Testimonio deTeresa de Lisieux: “Un caminito totalmente nuevo”
"¡Por qué caminos tan diferentes, Madre (María de Gonzaga), lleva el Señor a las almas! En la vida de los santos, vemos que hay muchos que no han querido dejar nada de sí mismos después de su muerte: ni el menor recuerdo, ni el menor escrito; hay otros, en cambio, como nuestra Madre santa Teresa, que han enriquecido a la Iglesia con sus sublimes revelaciones, sin temor alguno a revelar los secretos del Rey, a fin de que sea más conocido y más amado de las almas.
¿Cuál de estos dos tipos de santo agrada más a Dios? Me parece, Madre, que ambos le agradan por igual, pues todos ellos han seguido las mociones del Espíritu Santo, y el Señor dijo: Decid al justo que todo está bien. Sí, cuando sólo se busca la voluntad de Jesús, todo está bien. Por eso, yo, pobre florecita, obedezco a Jesús tratando de complacer a mi Madre querida.
Usted, Madre, sabe bien que yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo.
Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente.
Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí (Prov 9,4). Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré (Is 66,12-13). Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”. Santa Teresita de Lisieux (Ms C F.2vº- F.3rº Capítulo X. La prueba de la fe).
Los secretos de Jesús: “Hermana querida, tú querrías escuchar los secretos que Jesús confía a tu hijita [5]. Yo sé que esos secretos te los confía también a ti, pues fuiste tú quien me enseñó a recoger las enseñanzas divinas. Sin embargo, trataré de balbucir algunas palabras, aunque siento que a la palabra humana le resulta imposible expresar ciertas cosas que el corazón del hombre apenas si puede vislumbrar...
No creas que estoy nadando entre consuelos [6]. No, mi consuelo es no tenerlo en la tierra. Sin mostrarse, sin hacerme oír su voz, Jesús me instruye en secreto; no lo hace sirviéndose de libros, pues no entiendo lo que leo. Pero a veces viene a consolarme una frase como la que he encontrado al final de la oración (después de haber aguantado en el silencio y en la sequedad): «Este es el maestro que te doy, él te enseñará todo lo que debes hacer. Quiero hacerte leer en el libro de la vida, donde está contenida la ciencia del amor» [7].
¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... (Cf. Cant 8,7) Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono.
Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina . Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí» (Prov 9,4), dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona» (Sab 6,7). Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho» (Is. 40,11). Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré» (Is 66, 12-13).
Sí, madrina querida, ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento y de amor... Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo XLIX: «No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo... Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias» (Sal 49, 9-14).
He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... Pero al decir: «Dame de beber» (Jn 4,7), lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor...
Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo, sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito!” Santa Teresita de Lisieux (Ms B F.1rº- F.1vº Capítulo IX Mi vocación: El Amor).
El camino del amor: El camino del amor y de la confianza parece muy fácil. Causa la impresión, por lo menos a primera vista, de que no exige esfuerzo, de que basta dejarse arrastrar. Así lo han interpretado no pocos. Teresa se dio cuenta de que “su caminito”, si no se presentaba y entendía bien, se podía prestar a interpretaciones erradas y desorientar y extraviar a los que intentaban tomarlo. Ya había ocurrido algo semejante con la teoría de san Pablo sobre la “justificación por la fe sin las obras de la ley” (Cfr Rom 3,8; 6,1-11).
Una de sus novicias tenía la intención de exponerla a sus familiares y amigos. La Santa le advirtió: “Tenga mucho cuidado al explicarles, pues el “caminito” mal comprendido puede interpretarse como quietismo e iluminismo. Me explicó estas doctrinas que yo ignoraba. Recuerdo que me citó a la señora Guyon como hereje. Y me añadió: no se crea que seguir el camino del amor es seguir un camino de descanso, lleno de dulzuras y consuelos. Es todo lo contrario. Ofrecerse como víctima al Amor es entregarse sin reservas al beneplácito divino, disponerse a compartir con Jesús sus humillaciones y su amargo cáliz” (PA p.480).
Es cierto que a Teresa le gustaba la libertad, pero sabía amar de veras y se daba cuenta de lo que esto significa y conlleva. Esta expresión de “amar” o el sistema que todo lo reduce a esta actividad o ejercicio, puede tomar un sentido banal o superficial, como ocurre con cierta frecuencia. Pensamos en un sentimentalismo que pasa rápidamente y no influye apenas en nuestra conducta. Pero el amor verdadero une al amante con la persona amada, hace que le busque por todos los medios y que trate de complacerle, de hacerle feliz.
Teresa comprendió muy bien que Dios la amaba. Ante este amor no podía permanecer insensible. Había que reaccionar. Encontró en san Juan de la Cruz, el Doctor del amor, unas frases muy adecuadas para contemplar lo que tenía que hacer. “El amor sólo se paga con amor” y “las heridas de amor sólo se curan con amor” (Cant. Esp. Est. 9 y 11). Ella, por su parte, crea una frase, que expresa perfectamente su programa o pretensiones: “Amarte como tú me amas” exclama (C 35r) [8].
Teresa de Lisieux y la caridad: “Este año, Madre querida, Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad. Es cierto que también antes la comprendía, pero de manera imperfecta. No había profundizado en estas palabras de Jesús: «El segundo mandamiento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39).
Yo me dedicaba sobre todo a amar a Dios. Y amándolo, comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras, porque: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios» (Mt 7,21). Y esta voluntad, Jesús la dio a conocer muchas veces, debería decir que casi en cada página de su Evangelio. Pero en la última cena, cuando sabía que el corazón de sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia él, que acababa de entregarse a ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso darles un mandamiento nuevo. Y les dijo, con inefable ternura: os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, que os améis unos a otros igual que yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros (Juan 13, 34-35).
¿Y cómo amó Jesús a sus discípulos, y por qué los amó? No, no eran sus cualidades naturales las que podían atraerle. Entre ellos y él la distancia era infinita. El era la Ciencia, la Sabiduría eterna; ellos eran unos pobres pescadores, ignorantes y llenos de pensamientos terrenos. Sin embargo, Jesús los llama sus amigos, sus hermanos (Cf. Jn 15,15). Quiere verles reinar con él en el reino de su Padre, y, para abrirles las puertas de ese reino, quiere morir en una cruz, pues dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13).
Madre querida, meditando estas palabras de Jesús, comprendí lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios. Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón: Nadie, dijo Jesús, enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa (Mt 5,15).
Yo pienso que esa lámpara representa a la caridad, que debe alumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie.
Cuando el Señor mandó a su pueblo amar al prójimo como a sí mismo (Cf. Lv 19,18), todavía no había venido a la tierra. Por eso, sabiendo bien hasta qué grado se ama uno a sí mismo, no podía pedir a sus criaturas un amor mayor al prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo -su mandamiento (Jn 15,12), como lo llama más adelante-, ya no habla de amar al prójimo como a uno mismo, sino de amarle como él, Jesús, le amó y como le amará hasta la consumación de los siglos...
Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo...
¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar...!
Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas. Cuando quiero hacer que crezca en mí ese amor, y sobre todo cuando el demonio intenta poner ante los ojos de mi alma los defectos de tal o cual hermana que me cae menos simpática, me apresuro a buscar sus virtudes y sus buenos deseos, pienso que si la he visto caer una vez, puede haber conseguido un gran número de victorias que oculta por humildad, y que incluso lo que a mí me parece una falta puede muy bien ser, debido a la recta intención, un acto de virtud”. Santa Teresita de Lisieux (Ms C F.11vº-F.13rº Capítulo X La prueba de la fe)
Recordemos para finalizar por ahora que, en aquel tiempo muchas personas se ofrecían como víctimas a la justicia de Dios, en cambio santa Teresita, hizo un acto de ofrenda al amor misericordioso. Nos dice ella: “Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios a fin de desviar y atraer sobre sí los castigos reservados a los culpables. Esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero estaba muy lejos de sentirme inclinada a hacerla” (Ms A F.84rº) Y en su oración escrita como Acto de ofrenda al amor misericordioso (Nº1) nos aclara: “A fin de vivir en un acto de perfecto amor, YO ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A TU AMOR MISERICORDIOSO”.
Textos Bíblicos: Marcos 10, 13-16 Dejen que los niños vengan a mí. Lucas 12, 22-34 No se inquieten de cómo vivirán. Marcos 9,33-37 Si alguno quiere ser el primero. Marcos 8, 34-38 El que quiera seguirme, tome su cruz. Marcos 12, 28-34 El mandamiento más importante. Lucas 12, 13-21 No está la vida en poseer.
Preguntas para ayudar a la reflexión:
¿Qué camino, senda o escala real en mi vida de oración y contemplación estoy siguiendo sanamente para encontrarme con el Amor de Dios y en el Amor a Dios?
¿Cuáles son mis caminos equivocados que me hacen sufrir y no amar como Dios desea que yo ame?
¿Cuáles y/o cómo son mis abandonos existenciales, materiales y espirituales que me llevan a entregarme como ofrenda al amor misericordioso de Dios?
Apéndice Nro 01:
Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso
Santa Teresita del Niño Jesús
J. M. J. T.
Ofrenda de mí misma, como víctima de holocausto,
al amor misericordioso de Dios.
¡Oh, Dios mío, Trinidad Bienaventurada!, deseo amaros y haceros amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y librar a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente vuestra voluntad y alcanzar el puesto de gloria que me habéis preparado en vuestro reino. En una palabra, deseo ser santa, pero comprendo mi impotencia y os pido, ¡oh, Dios mío!, que seáis vos mismo mi santidad.
Puesto que me habéis amado, hasta darme a vuestro único Hijo como Salvador y como Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; os los ofrezco con alegría, suplicándoos que no me miréis sino a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiendo de Amor.
Os ofrezco también todos los méritos de los santos (los que están en el cielo y en la tierra), sus actos de amor y los de los Santos Ángeles; en fin, os ofrezco, ¡oh Trinidad Bienaventurada!, el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; en sus manos pongo mi ofrenda, rogándola que os la presente. Su divino hijo, mi Amado esposo, en los días de su vida mortal, nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será concedido». Estoy, pues, segura que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh, Dios mío!, cuanto más queréis dar, más hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y os pido con confianza que vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah!, puedo recibir la sagrada comunión con tanta frecuencia como lo desee; pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?... Permaneced en mí, como en el sagrario, no os apartéis jamás de vuestra pequeña hostia...
Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico que me quitéis la libertad de ofenderos; si por debilidad, caigo alguna vez, que inmediatamente vuestra divina mirada purifique mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego, que transforma todas las cosas en si mismo...
Os doy gracias, ¡Dios mío!, por todos los favores que me habéis concedido, en particular por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Os contemplaré con gozo el último día, cuando llevéis el cetro de la cruz. Y ya que os habéis dignado hacerme participar de esta preciosa cruz, espero parecerme a vos en el cielo y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas llagas de vuestra Pasión...
Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, sólo quiero trabajar por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente.
A la tarde de esta vida, me presentaré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que tengáis en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas ante vuestros ojos. Quiero, por tanto, revestirme de vuestra propia Justicia, y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo. No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!
A vuestros ojos el tiempo no es nada, un solo día es como mil años; vos podéis, pues, prepararme en un instante, para presentarme ante vos...
Para vivir en un acto de perfecto amor, ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando desbordar, en mi alma, las olas de ternura infinita que tenéis encerradas en vos y que, de ese modo, me convierta en mártir de vuestro amor, ¡oh, Dios mío!
Que este martirio, después de prepararme para presentarme ante vos, me haga finalmente morir y que mi alma se lance sin tardanza en el abrazo eterno de vuestro amor misericordioso...
Quiero, ¡oh, Amado mío!, a cada latido de mi corazón, renovar esta ofrenda un número infinito de veces, hasta que las sombras se hayan desvanecido y pueda repetiros mi amor en un cara a cara eterno...
María, Francisca, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, reí. carm. md.
Fiesta de la Santísima Trinidad, 9 de junio del año de gracia de 1895
Apéndice Nro. 02
El Abandono
“El abandono es el fruto delicioso del amor” San Agustín
Compuesta a petición de sor Teresa de San Agustín.
Hay en la tierra un árbol, árbol maravilloso,
cuya raíz se encuentra,¡oh misterio!, en el cielo.
Acogido a su sombra, nada ni nadie te podrá alcanzar;
sin miedo a la tormenta, bajo él puedes descansar.
El árbol inefable lleva por nombre «amor».
Su fruto deleitable se llama «el abandono».
Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad,
mi alma se recrea con su divino aroma.
Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro.
Al llevarlo a la boca, me parece más dulce todavía.
Un mar de paz me da ya en este mundo,
un océano de paz,
y en esta paz profunda descanso para siempre.
El abandono, sólo el abandono
a tus brazos me entrega, ¡oh Jesús mío!,
y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.
A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero
nada más en la vida que tu dulce mirada.
Quiero sonreír siempre, dormirme en tu regazo
y repetirte en él que te amo, mi Señor.
Como la margarita de amarilla corola,
yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo.
Mi dulce sol de vida, mi amadísimo Rey,
es tu divina hostia pequeña como yo...
El rayo luminoso de tu celeste llama
nacer hace en mi alma el perfecto abandono.
Todas las criaturas pueden abandonarme,
lo aceptaré sin queja y viviré a tu lado.
Y si tú me dejases, ¡oh divino tesoro!,
aun viéndome privada de tus dulces caricias,
seguiré sonriendo.
En paz yo esperaría, Jesús, tu vuelta,
no interrumpiendo nunca mis cánticos de amor.
Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme,
más alto que la alondra sabe volar mi alma.
Encima de las nubes el cielo es siempre azul,
y se tocan las playas del reino de mi Dios.
Espero en paz la gloria de la celeste patria,
pues hallo en el copón el suave fruto
¡el dulcísimo fruto del amor!
31 de mayo de 1897. - Compuesta por Santa Teresita del Niño Jesús.
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Citas:
[1] Cfr. Ulrico Köpf, Tubinga, Escala espiritual, en Diccionario de la Mística, Monte Carmelo, pp. 342-345
[2] Conrad De Meester, “Caminito (“petite voie”)” en Diccionario de Santa Teresa de Lisieux, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1997, pp. 88-91
[3] Tomás Alvarez, “Camino seguro” en Diccionario de Santa Teresa de Lisieux, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1997, p. 91
[4] Conrad De Meester, “Abandono (abandonarse) a la acción de Dios” en Diccionario de Santa Teresa de Lisieux, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1997, pp. 15-17.
[5] Teresa responde a una petición escrita de sor María del Sagrado Corazón en la que deseaba que Teresita le dejara un recuerdo de su retiro espiritual La Madre María de Gonzaga, de nuevo en el cargo de priora, se lo permite.
[6] Teresita había comenzado la redacción del Manuscrito B el 8 de septiembre de 1896 (contaba 23 años), y desde el 05 de abril final de la cuaresma, había entrado repentinamente en la noche de la fe, prueba que durará hasta su muerte y además había caido gravemente enferma.
[7] Estas palabras de nuestro Señor a santa Margarita María se hallan en un libro de la época, conservado en el Carmelo de Lisieux: “Pequeño breviario del Sagrado Corazón de Jesús”.
[8] Cfr. Francisco Ibarmia, “Teresa de Lisieux. Temas Fundamentales”, Editorial Monte Carmelo. Colección Karmel. 33. Burgos 1997, pp. 139-154.
Escuela de la Mística Carmelitana.
Ponente: Iván Mora Pernía, ocd
01 Octubre Fiesta Santa Teresa del Niño Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia, de nuestra Orden http://santosocd.blogspot.com/search/label/Teresita%20del%20Ni%C3%B1o%20Jes%C3%BAs
Otra pág. dedicada a Santa Teresita: www.therese.com.mx