jueves

Convirtiéndonos al Misterio

FICHA Nº 02


Convirtiéndonos al Misterio

Recordemos que “mística” no será tanto el camino principal de adelantamiento espiritual que cada quien haga o busque sino más bien, la inefable unión con Dios que cada uno(a) alcance. Y que será preciso que el “místico” cristiano deba ser un creyente cristiano comprometido al servicio de los demás y que su experiencia mística sea homogénea con los valores cristianos para que también esa experiencia mística comprometida pueda ser reconocida como cristiana.

Ahora bien, en este camino de la contemplación y de la mística, los hijos de Dios convertidos a Él, son aquellos transformados y unidos con Dios y movidos por su Espíritu Santo. Y la puerta para enriquecer esta transformación y unión con Dios es la oración, el ejercicio o trato de amistad “con Aquel que sabemos nos ama”.

San Juan de la Cruz, habla poco sobre el modo de oración de los “principiantes”, pero, tiene mucho que enseñar acerca de su condición espiritual, sus tentaciones y fallos, no menos que sus ventajas y logros.

Con su Cántico Espiritual nos regala un camino a descubrir y trabajar en orden al dinamismo de la vida espiritual por el que podría entrar aquel(lla) que desee transitar bajo la acción del Espíritu Santo de Dios y convertirse al misterio de Dios, recibiendo gracia tras gracia.

Dinamismo de la Vida Espiritual o estados o vías de ejercicio espiritual

Vía purgativa ------- Principiantes -----Búsqueda ansiosa
(meditación)

Vía iluminativa ----- Aprovechados -----Encuentro de Amor
(contemplación)

Vía unitiva ----------------- Perfectos ------------Unión plena
(desposorio) ---------(alta contemplación)
(matrimonio)

Estado beatífico -------- aspiración a gloria
a que aspira
(Lo que sigue ha sido resumido y tomado de: TRUEMAN DICKEN, E.W., La Mística Carmelitana. La Doctrina de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, Barcelona, Editorial Herder, 1981):

La vía purgativa arranca del momento del bautismo. Juan de la Cruz inicia su tema en el punto en que un cristiano se vuelve seriamente a Dios y se decide a servirle fielmente en todo, cueste lo que costare. Es el estado o grado que se describe a menudo, como “conversión”, si bien el término se aplica comúnmente a alguna de las crisis que, de vez en cuando, surgen en algunas almas en el curso de su ulterior progreso. Lo único que tales crisis tienen en común es que dejan al alma con la conciencia de un nuevo propósito y de nueva fuerza en la determinación de entregarse a Dios.
Para Juan de la cruz, la primera conversión señala un estadio definitivo en el aprovechamiento del principiante, el estadio en que aparece el fervor de novicio. Este nuevo fervor por Dios es efectivamente la característica más saliente del principiante. La firme resolución que toma el alma de servir fielmente a Dios es normalmente recompensada por Él con abundancia de gracia enteramente nueva. Por este tiempo, las “ayudas visuales” fomentarán particularmente la devoción, pues el alma está aún fuertemente apegada a todo linaje de objetos materiales. Imágenes, estampas, crucifijos y toda la belleza exterior del culto de la Iglesia, tienen atractivo natural para tales personas y sirven para dirigir su atención a las realidades que representan.

Observa Juan de la Cruz, que no hay en ello peligro grave de idolatría, pues la razón de la devoción del alma está en lo representado, no en la imagen que lo representa
[1]. “Porque hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles”[2] nota el santo, y da la razón: “…que a los principiantes bien se les permite y aun les conviene tener algún gusto y jugo sensible acerca de las imágenes, oratorios y otras cosas devotas visibles”[3] En ese camino de conversión, el error de estos principiantes consiste en que no se percatan de que toda su devoción no es en realidad más que una respuesta refleja a la satisfacción espiritual inmediata que tan abundantemente les concede Dios mismo por este tiempo. De ahí que, si es cierto que evitarían con horror toda ofensa deliberada contra Dios, son, por otra parte, muy vulnerables a lo que el santo clasifica como tentaciones de “vicios espirituales”. Uno de esos vicios es que no se cansan de admirar su propio fervor, y así pierden la humildad, única que puede corregir la falsa perspectiva de su relación con Dios[4].

Consecuencia de ello es que el principiante es fácilmente tentado de impaciencia contra sus acompañantes espirituales, cuya prudencia toma él falsamente por tibieza; parécele que tales confesores y acompañantes de espíritu carecen del empuje y entusiasmo de que se cree él mismo animado, y no es raro que empiece a buscar otros guías “más espirituales”. El neófito generalmente cae en sobreestimar sus en realidad limitadas fuerzas espirituales, puede fácilmente dejarse llevar a tomar resoluciones que luego es incapaz de realizar. “Presumiendo, suelen proponer mucho y hacen muy poco”
[5]. Y si no es sabiamente aconsejado y no se le refrena con amor, pero con firmeza, en su excesiva determinación, puede venir a desalentarse luego, indebidamente, a la vista de los subsiguientes fracasos. El resultado será entonces que la voluntad pierda aun lo poco que, con la gracia de Dios, podía haber logrado.

El infortunado que cae en este estado difícilmente evitará tornarse desabrido en su trato con Dios. ¡Ha dado, piensa, lo mejor que tenía y Dios no le ha correspondido! Su fervor no ha producido más que humo y ruido, cuando él pensaba que merecía de Dios un alto éxito. Desilusionado, no ve que todo el gusto que ha sentido en las cosas de Dios fue don libérrimo y gratuito suyo. Ahora no siente ya gusto en la oración, porque, sin darse cuenta de ello, el que antes sentía procedía de la satisfacción personal que hallaba en ella; y esta satisfacción no pueda ya hallarla precisamente por su propia actitud exasperada.

De la mano con este desabrimiento contra la sequedad va la tentación de envidia contra quienes prosperan espiritualmente y cuyo aprovechamiento parece asegurado. Oir alabar a tales personas es como sal en la herida, y, así provocada, el alma corre peligro de perder, a par de la humildad, la caridad. No es fácil amar a quienes envidiamos, sobre todo cuando parece haber en ello un reproche implícito de haber nosotros fracasado donde los que envidiamos han triunfado. El principiante rara vez es tan humilde que se alegre de que haya otros que glorifican a Dios más que él. Mucho menos puede agradecer que sus esfuerzos hayan pasado inadvertidos, con lo que se le ha ahorrado la tentación de sentir soberbia por sus méritos, por modestos que sean.

¿Dónde puede, pues, hallar el principiante alguna seguridad espiritual? Con todo su fervor de “novicio”, es mucho, mucho más débil de lo que se imagina, y está en mayor peligro de lo que puede percatarse. Su seguridad está en la habitual sumisión sana y equilibrada, al juicio de quienes tienen más conocimiento y experiencia que él, y cuya autoridad, secular o religiosa, les da derecho natural a su respeto y obediencia. El principiante debe cultivar con todas sus fuerzas la humildad y sumisión, manteniendo su integridad, personalidad, juicio y madurez que deben tener desde la libertad los(as) hijos(as) de Dios. Pero también como observa san Juan de la Cruz: “Algunos tienen tanta paciencia en esto del querer aprovechar, que no querría Dios ver en ellos tanta (paciencia)”
[6]
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Textos Carmelitanos, San juan de la Cruz:
[1] 3 Subida 15,2
[2] 3 Subida 24,4
[3] 3 Subida 34,1
[4] 1 Noche 2,1
[5] 1 Noche 2,3
[6] 1 Noche 5,3

Texto Bíblico para reflexionar y orar: Efesios 2,1-10:
Por gracia han sido salvados (Conversión don de Dios)

v1 Ustedes estaban muertos a causa de sus faltas y sus pecados en que andaban. 2 Con ellos seguían la corriente de este mundo y al soberano que reina entre el cielo y la tierra, el espíritu que ahora está actuando en los corazones rebeldes.

3 De ellos éramos también nosotros, y nos dejamos llevar por las codicias humanas, obedeciendo a los deseos de nuestra naturaleza y consintiendo sus proyectos, e íbamos directamente al castigo, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios es rico en misericordia: ¡con qué amor tan inmenso nos amó!

5 Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo: ¡por pura gracia ustedes han sido salvados! 6 Nos resucitó en Cristo Jesús y con él, para sentarnos con él en el mundo de arriba. 7 En Cristo Jesús Dios es todo generosidad para con nosotros, por lo que quiere manifestar en los siglos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia.

8 Ustedes han sido salvados por la fe, y lo han sido por gracia. Esto no vino de ustedes, sino que es un don de Dios; 9 tampoco lo merecieron por sus obras, de manera que nadie tiene por qué sentirse orgulloso. 10 Lo que somos es obra de Dios: hemos sido creados en Cristo Jesús con miras a las buenas obras que Dios dispuso de antemano para que nos ocupáramos en ellas.

Otros textos posibles: 1 Cor 6, 19-20; 1 Cor 4,16-17; Fil 3,5-16 testimonio de Pablo.

Ponente: Iván Mora Pernía

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