Ficha Nº 04
El silencio contemplativo del Misterio
“Jesucristo es la palabra de Dios salida del silencio” Ignacio de Antioquía
(Ad Magn. 8,2)
El término “misterio” se utiliza tradicionalmente en el lenguaje cristiano-bíblico con múltiples acepciones. Dichos significados del término “misterio” (1) no pueden reducirse a un tema homogéneo y unitario. Pero, podemos decir, no obstante que, el reino de Dios es calificado como “misterio” por varios motivos: no sólo porque su naturaleza íntima escapa a una comprensión exhaustiva, sino también porque “los tiempos y las circunstancias” de su establecimiento (cf He 1,7) dependen del beneplácito incontrolable del mismo Dios. Pero el privilegio de los discípulos de Jesús es el de percibir precisamente que ese reino irrumpe ahora en la palabra y en la acción de su maestro.
Para nuestro estudio seguiremos, teológica y bíblicamente hablando, el denominador común directo o contextual que es el esquema de la revelación (2): escondido-manifiesto. En otras palabras, veremos en un primer momento (desde una explicación para el estado de “principiantes”), el “Misterio” como plan salvífico de Dios realizado en Cristo y en la Iglesia (3) y, estudiaremos en un segundo momento (como profundización en el estado de “aprovechados”), “el silencio contemplativo del Misterio” desde San Juan de la Cruz.
La trayectoria del misterio (4) :
a) Ante todo nos encontramos con la fase del ocultamiento (5) o del silencio (6). Caracteriza no solamente al origen divino y trascendente del misterio, sino a todo un larguísimo período histórico, de manera que estuvo “mantenido en secreto desde tiempo eterno” (Rom 16,25), escondido desde los siglos y desde las generaciones” (Col 1,26), es decir, durante mucho tiempo Dios guardó para sí un secreto, cuya revelación debería aparecer, por tanto, como algo extraordinario y decisivo (7) .
b) En segundo lugar viene la fase de la revelación. Los textos mencionados recurren aquí a tres verbos fundamentales: “desvelar”, “manifestar” y “dar a conocer” (8) . Y, los destinatarios de esta revelación somos “nosotros”, “a nosotros” (1Cor 2,10; Ef 1,9), “a los creyentes” (Col 1,26), “a sus santos apóstoles y profetas” (Ef 3,5), “a mí (Pablo)” (Ef 3,3); insistiendo en la mediación de los apóstoles (en sentido amplio) y de los profetas (como instructores de las comunidades), pero, y sobre todo, para comprometer a toda la humanidad cristiana como destinataria última.
c) En tercer lugar, la revelación se convierte en propagación misionera (cf. Ef 8,8-9). Abundan los verbos que describen esta tarea: notificar, manifestar, hablar, evangelizar, iluminar, enseñar; el mismo misterio es descrito como “palabra de Dios” (Col 1,25), como “evangelio” (Ef 6,19), y el compromiso por su expansión es una “intensa lucha” (Col 2,1), que hay que emprender “con valentía” (Ef 6,19). (9)
d) En cuarto lugar, advertimos que la trayectoria del misterio no va solamente de Dios al hombre. Hay también un camino que va del hombre hacia el misterio. Hay diversos verbos y sustantivos para expresar esta idea: conocer-conocimiento, comprender, saber, inteligencia, sabiduría (10) .
Los constitutivos del misterio: De los textos citados se deduce que el misterio no es unívoco, sino que lleva consigo toda una pluralidad de realidades significantes.
a) Hay en primer lugar, un componente teológico. El misterio, aunque revelado, es “de Dios” (cf 1Cor 2,1; Col 2,2). Se trata del “misterio de su voluntad” (Ef 1,9; cf Sal 33,11: “El plan de Dios subsiste eternamente, sus proyectos, por todas las edades”) Este misterio se refiere a su proyecto o a su propósito, a su sabiduría de decisión, a lo que él “destinó para nuestra gloria antes de crear el mundo” (1 Cor 2,7)
b) En segundo lugar, hay un componente cristológico. Ef 1,9-10 precisa que el misterio de la voluntad de Dios consiste en el propósito de “recapitular todas las cosas en Cristo”. Se describe al Resucitado ya que Dios “todo lo sometió bajo sus pies” (Ef 1,22)
c) En tercer lugar, hay un componente eclesiológico. El texto fundamental es Ef 2, 11 al 3,13. Aquí el misterio consiste en “que los paganos comparten la misma herencia con los judíos y, en virtud del evangelio, participan de la misma promesa en Jesucristo” (3,6) (cf. Ef 5,32)
Naturaleza excedente del Misterio: El plan salvífico de Dios se manifiesta precisamente como misterio, el misterio por excelencia. Los textos que hablan de él utilizan con frecuencia un vocabulario de sobreabundancia, bien sea con sustantivos como “riqueza” (Col 1,27; 2,2; Ef 1,7; 2,7; 3,8), “plenitud” (Col 2,2), “todos los tesoros” (Col 2,3), bien con adjetivos como supereminente” /Ef 1,19; 2,7; 3,19) o “incalculable” (Ef 3,8). Se trata e realidad de un espacio inmenso, en el cual llega a encontrarse sumergido el cristiano, llamado a escudriñar con todas sus posibilidades “cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad… que sobrepasa todo conocimiento, a fin de que sean llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef 3,18.19). El misterio es trascendente por su propia naturaleza y nunca es totalmente controlable por el hombre, de allí que la experiencia mística de comunión con Dios en fe, esperanza y amor, sea posiblemente la forma de conocimiento más cercana que nos muestre “lo oculto” de Dios reservado además para “cuando suene la trompeta del séptimo ángel, (en que) Dios cumplirá su misterio, anunciado a sus siervos los profetas” (cf., Apoc. 10,7) (11)
Acerquémonos ahora al gran teólogo de la mística San Juan de la Cruz con algunas de sus reflexiones escritas donde nos lleva a considerar el “Misterio de Dios” para que lo descubramos y encontremos de veras en la imitación y seguimiento de su Hijo. Dios es el gran misterio, origen de todos los demás y habla al corazón desde la soledad en el silencio amoroso de esa misma soledad amorosa de relación y comunión personal con Dios.
“…En este tiempo (después de los principios, en el que Dios en este estado es el agente y el alma es la paciente) totalmente se ha de llevar el alma por modo contrario del primero. Que si antes le daban materia para meditar y meditaba, que ahora antes se la quiten y que no medite, porque, como digo, no podrá aunque quiera, y, en vez de recogerse, se distraerá. Y, si antes buscaba jugo y hervor y le hallaba, ya no le quiera ni le busque, porque no sólo no le hallará por su diligencia, mas antes sacará sequedad, porque se divierte del bien pacífico y quieto que secretamente le están dando en el espíritu, por la obra que él quiere hacer por el sentido, y así, perdiendo lo uno, no hace lo otro, pues ya los bienes no se los dan por el sentido como antes. Y por eso, en este estado, en ninguna manera le han de imponer en que medite ni se ejercite en actos, ni procure sabor ni hervor; porque sería poner obstáculo al principal agente que, como digo, es Dios, el cual oculta y quietamente anda poniendo en el alma sabiduría y noticia amorosa, sin especificación de actos, aunque algunas veces los hace especificar en el alma con alguna duración. Y así entonces el alma también se ha de andar sólo con advertencia amorosa a Dios, sin especificar actos, habiéndose, como habemos dicho, pasivamente, sin hacer de suyo diligencias, con la advertencia amorosa simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor.
Que, pues, Dios entonces, en modo de dar, trata con ella con noticia sencilla amorosa, también el alma trate con él en modo de recibir con noticia o advertencia sencilla y amorosa, para que así se junte noticia con noticia y amor con amor…
… La cual noticia amorosa, si como digo, y así es la verdad, se recibe pasivamente en el alma al modo de Dios sobrenatural, y no al modo del alma natural, síguese que para recibirla ha de estar esta alma muy aniquilada en sus operaciones naturales, desembarazada, ociosa, quieta, pacífica y serena al modo de Dios. Bien así como el aire, que cuanto más limpio está de vapores y cuanto más sencillo y quieto, más le clarifica y calienta el sol. De donde el alma no ha de estar asida a nada; no a ejercicio de meditación, no a sabor alguno, ahora sensitivo, ahora espiritual; no a otras cualesquier aprehensiones, porque se requiere el espíritu tan libre y aniquilado acerca de todo, que cualquiera cosa de pensamiento o discurso o gusto, a que entonces el alma se quiere arrimar, le impediría, desquietaría y haría ruido en el profundo silencio que conviene que haya en el alma según el sentido y el espíritu, para tan profunda y delicada audición, que habla Dios al corazón en esta soledad, que dijo por Oseas (2,14), en suma paz y tranquilidad, escuchando y oyendo el alma lo que habla el Señor Dios, como David (Sal 84,9), porque habla esta paz en esta soledad.
Por tanto, cuando acaeciere que de esta manera se sienta el alma poner en silencio y escucha, aun el ejercicio de la advertencia amorosa, que dije, ha de olvidar, para que se quede libre para lo que entonces la quiere el Señor. Porque de aquella advertencia amorosa sólo ha de usar cuando no se siente poner en soledad, u ociosidad interior u olvido o escucha espiritual. Lo cual, para que lo entienda, siempre que acaece es con algún sosiego pacífico o absorbimiento interior.
Por tanto, en toda sazón y tiempo, ya que el alma ha comenzado a entrar en este sencillo y ocioso estado de contemplación, que acaece cuando ya no puede meditar ni acierta a hacerlo, no ha de querer traer delante de sí meditaciones ni arrimarse a jugos ni sabores espirituales, sino estar desarrimada en pie, el espíritu desasido (del todo) sobre todo eso…
No es posible que esta altísima sabiduría y lenguaje de Dios, cual es esta contemplación, se pueda recibir menos que en espíritu callado y desarrimado de sabores y noticias discursivas…
Quita, ¡oh alma espiritual!, las motas y pelos y niebla y limpia el ojo, y luciráte (te lucirá) el sol claro, y verás claro. Pon el alma en paz, sacándola y liberándola del yugo y servidumbre de la flaca operación de su capacidad, que es el cautiverio de Egipto, donde todo es poco más que juntar pajas para cocer tierra (Ex 1,14; 5,7-19), y guíala, ¡oh maestro espiritual!, a la tierra de promisión que mana leche y miel (Ex 3,8,17; 13,5; Lv 20,24; Dt 6,3)…”
San Juan de la Cruz. Cf., Llama 3,33-38
Y como le escribe desde Segovia, 8 julio 1589, a la Madre Leonor de San Gabriel, supriora, Carmelita Descalza en Córdoba, Carta Nº 15 EDE, a la que le había costado mucho salir o dejar la comunidad de Sevilla:
“… cuanto más quiere dar (Dios), tanto más hace desear”… “por cuanto los bienes inmensos de Dios no caben ni caen sino en corazón vacío y solitario, por eso la quiere el Señor, porque la quiere bien, bien sola, con gana de hacerle él toda compañía. Y será menester que Vuestra Reverencia advierta en poner ánimo en contentarse sólo con ella, para que en ella halle todo contento; porque, aunque el alma esté en el cielo, si no acomoda la voluntad a quererlo, no estará contenta; y así nos acaece con Dios, aunque siempre está Dios con nosotros, si no tenemos el corazón aficionado a otra cosa, y no solo” (a él).
2 Subida 22,5-7
5. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.
Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: "Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿que te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en el, porque en el te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en el aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en el los ojos, lo hallarás en todo; porque el es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Porque desde aquel día que baje con mi Espíritu sobre el en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5): Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi bene complacui, ipsum audite, es a saber: Este es mi amado Hijo, en que me he complacido, a el oíd; ya alce yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a el. Oídle a el, porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las (preguntas) encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles. Mas ahora, el que me preguntase de aquella manera y quisiese que yo le hablase o algo le revelase, era en alguna manera pedirme otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella, que ya está dada en Cristo. Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, mas le obligaba otra vez a encarnar y pasar por la vida y muerte primera. No hallarás que pedirme ni que desear de revelaciones o visiones de mi parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás ya hecho y dado todo eso, y mucho más, en el.
6. Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido, y verás cuántas te responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en el, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría, y maravillas de Dios, que están encerradas en el, según mi Apóstol (Col. 2, 3) dice: In quo sunt omnes thesauri sapentiae et scientiae Dei absconditi, esto es: En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3). Los cuales tesoros de sabiduría serán para ti muy más altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber. Que por eso se gloriaba el mismo Apóstol (1 Cor. 2, 2), diciendo: Que no había el dado a entender que sabía otra cosa, sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y si también quisieses otras visiones y revelaciones divinas o corporales, mírale a el también humanado, y hallarás en eso más que piensas; porque también dice el Apóstol (Col. 2, 9): In ipso habitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter; que quiere decir: En Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad".
7. No conviene, pues, ya preguntar a Dios de aquella manera, ni es necesario que ya hable, pues, acabando de hablar toda la fe en Cristo, no hay más fe que revelar ni la habrá jamás. Y quien quisiere ahora recibir cosas algunas por vía sobrenatural, como habemos dicho, era notar falta en Dios de que no había dado todo lo bastante en su Hijo. Porque, aunque lo haga suponiendo la fe y creyéndola, todavía es curiosidad de menos fe. De donde no hay que esperar doctrina ni otra cosa alguna por vía sobrenatural” (12) .
Textos Bíblicos para reflexionar y orar: Mateo 6, 1-34; Deuteronomio 29,28.
Me preguntaré ¿Busco o contemplo al Dios del silencio desde mi silencio amoroso y desde su silencio amoroso, o hago silencio desde mis realidades para enmudecer a Dios y su Misterio en mí?
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Notas:
[1] Veamos algunas variaciones bíblicas en el empleo del término: En tres casos san Pablo lo utiliza en plural, 1Cor 4,1 “Que la gente nos tenga como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”, donde se remite genéricamente a los múltiples aspectos de la misteriosa sabiduría divina que menciona en 1Cor 2,7ss; en 1Cor 13,2 “Aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia…, si no tengo amor…” el vocablo tiene el significado profano de realidades escondidas entendidas en conjunto, o quizá también “todo inefable”; y en ese mismo sentido “mistérico”; en 1Cor 14,2 “El que habla en lenguas extrañas… dice cosas misteriosas”, se trata de algo incomprensible, que se opone en plan polémico a la claridad edificante del profeta.
En otras tres ocasiones tenemos expresiones abstractas de genitivo: “Realmente el misterio de la iniquidad está ya en acción” 2Tes 2,7; “(Los diáconos) guarden los misterios de la fe con una conciencia limpia” 1Tim 3,9; “Sin duda alguna es grande el misterio de nuestra religión” 1Tim 3,16. Por lo demás, la expresión “el misterio del reino de Dios” aparece una sola vez en los sinópticos: La redacción de Mc 4,11 suena así: A ustedes se les ha dado el misterio del reino de Dios”. En los paralelos de Mt 13,11 y Lc 8,10 encontramos dos retoques: el singular se convierte en plural: “los misterios”; y a los discípulos se les dice que se les ha dado “conocerlos”.
Esto recuerda el dicho de Jesús, común a la tradición de Mt 11,25-26 y de Lc 10,21-22: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has manifestado a los sencillos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Es evidente aquí el vocabulario apocalíptico del esconder-velar. Del contexto se deduce que “estas cosas” son el comportamiento y la predicación de Jesús, que sólo los pobres y los discípulos comprenden como epifanía del plan salvífico de Dios. Quiere decir, por consiguiente, que a quien dispone del fértil terreno de la fe Dios le concede comprender y vivir su señorío salvífico como misterio de esperanza revelado por Jesús (cf. PENNA, Romano, “Misterio”, en ROSSANO, RAVASI, GIRLANDA, (dir.) Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Madrid, Paulinas, 1990, p. 1224-1234).
[2] No olvidemos que una de las propiedades fundamentales del misterio es su paso de una situación a otra; y esto demuestra un dinamismo de fondo (místico) que luego lo caracteriza además en la fase de la revelación ya realizada (Y que por lo general se decanta en la “mística de ausencia”)
[3] El término “misterio” aparece como tema propio y verdadero en dos cartas deuteropaulinas: Colosenses y Efesios. Su estrecha afinidad literaria y teológica nos permite y hasta nos sugiere la conveniencia de considerarlas juntas. El vocablo llega a aparecer allí hasta 10 veces, y caracteriza inconfundiblemente su pensamiento: cf Col 1,26.27; 2,2; 4,3; Ef 1,9; 3,3.4.9; 5,32; 6,19. A éstos hay que añadir el texto de Rom 16,25 aunque sea un añadido posterior atribuido a un redactor postpaulino.
[4] Idem supra, cf. PENNA, Romano, “Misterio”.
[5] Cf. 1Cor 2,7 “…sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra…”; en Col 1,26-27 “… al Misterio escondido desde los siglos y generaciones, y manifestado ahora a los santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre ustedes”; en Ef 3,9 “… y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas”.
[6] cf. Rom 16,25: “A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos”
[7] En efecto Dios lo “destinó para nuestra gloria antes de crear el mundo” (1Cor 2,7). Así pues, el misterio participa de la naturaleza misma de Dios, el cual habita en “la nube oscura” (1Re 8,12) o, lo que es lo mismo, “habita en una luz inaccesible”(1Tim 6,16). Pero no se identifica con ella. El misterio fue escondido, no para que siguiera siendo eternamente inalcanzable.
[8] Su uso es mucho más frecuente que el de los citados verbos de ocultamiento (cf. p.ej., 1Cor 2,10; Rom 16,25.26; Col 1,26.27; Ef 1,9; 3,3.5). Se trata de una contraposición histórico salvífica, que subraya mucho más el valor del presente que el del pasado; esto se confirma por la repetición del adverbio “ahora” (Rom 16,26ª; Col 1,26b; Ef 3,5.10; cf 2Tim 1,10). Este tiempo que es el nuestro es el tiempo del “acceso” global a Dios (véase este tema en Ef 2,18: 3,12; Rom 5,2; Heb 4,16)
[9] Así pues, el misterio no sólo estaba destinado a permanecer en el silencio de Dios, sino que tampoco puede caberle la suerte de permanecer limitado al ámbito de sus primeros destinatarios, ni siquiera entendiendo a estos últimos en sentido comunitario.
[10] Cf. Ef 1,7; “Él nos ha obtenido con su sangre la redención…, según la riqueza de su gracia, que ha derramado sobre nosotros con una plenitud de sabiduría y de prudencia”; 3,18; “para que puedan comprender con todos los creyentes…”; hasta llegar a la plena madures (cf. Ef 4,13).
[11] Idem supra, cf. PENNA, Romano, “Misterio”.
[12] Puedes ver esta parte del Libro de Subida de San Juan de la Cruz en: http://probaditasdelibros.blogspot.com/2007/12/la-subida-al-monte-carmelo-san-juan-de.html
Ponente: Iván Mora Pernía, ocd
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