jueves

Mística Cristiana y Fenómenos Extraordinarios


Ficha Nº 11
Reflexiones en torno a la Mística Cristiana y a los, así designados, fenómenos extraordinarios.

Aniano Álvarez-Suárez

 0. Reflexiones preliminares

La presente reflexión sobre la mística cristiana, querría situarla en el ámbito del estudio de la santidad, en la que se manifiestan, frecuentemente, fenómenos y gracias sobrenaturales, que revelan una cierta experiencia mística, -una clara intervención de Dios-, aunque no siempre se trate de fenómenos sobrenaturales, que solemos llamar místicos. De aquí, la urgente y necesaria distinción inicial entre “mística” y “fenómenos místicos”. Intentaré, pues, presentar la presente reflexión dentro del ámbito de la experiencia cristiana, que propiamente llamamos mística, sobrenatural, caracterizada por una evidente acción de la gracia. Y el punto de vista específico de la reflexión será el del teólogo espiritual que habla sobre la “mística cristiana” y sobre los “fenómenos místicos”.

Hay otras especializaciones que están implicadas en la materia de los fenómenos místicos, como la medicina, la psicología, la psiquiatría, la ciencia del lenguaje, el simbolismo de las expresiones místicas e incluso la ciencia del diálogo interreligioso, por el parecido que algunas experiencias místicas tienen en el campo de la mística comparada. Trataré, pues, de ofrecer también algunos elementos no elaborados aún del todo, pero sin duda al servicio de las personas interesadas en este preciso campo específico.

            Las fuentes de la presente reflexión serán, principalmente, además de las reflexiones personales, a partir del propio estudio y experiencia, la síntesis acerca de lo que hoy se encuentra escrito en los libros de mística[1], teniendo, a la vez,  siempre presentes las enseñanzas de los grandes maestros de la mística cristiana. Entre los manuales de Teología Espiritual que tratan el tema de la mística son particularmente interesantes las síntesis bien preparadas, amplias y equilibradas de D. G. Gozzelino SDB[2] y de F. Ruiz, OCD[3], así como recientes Diccionarios de Mística y colecciones de estudios místicos de reciente publicación. Para otras informaciones más completas es necesario, pues, remitir a los clásicos de la mística y a la voz “Mística” de los distintos Diccionarios de Espiritualidad[4].  
            Finalmente, el propósito que me mueve, con estas reflexiones, podría cifrarlo en la posibilidad de un encuentro gozoso con el vasto campo de la mística, a la luz de la Teología Espiritual y de la historia de la santidad cristiana, que invite a profundizar el tema y guíe en la comprensión de la perenne acción de Dios en la vida de sus siervos y siervas, en camino hacia la conquista de la vocación última: el encuentro, el diálogo y la comunión de vida con el Dios de la Vida y del Amor.


I. La Mística: El hecho, los contenidos, las modalidades, el discernimiento.

1.      Algunas aclaraciones necesarias: ¿Qué es la mística?

La palabra mística, como sabemos, tiene diferentes significados, que convergen en un aspecto que podríamos llamar objetivo, mistérico, y en otro, que podríamos designar como subjetivo y experiencial.

La palabra mística proviene de «Myo» que significa cerrar los ojos o la boca; los ojos para no ver lo que es secreto; la boca para no revelar los secretos. Existe también la palabra mística como proveniente de «Myesis» o iniciación, y la palabra «mistagogo» y «mista» referida respectivamente al iniciador y al iniciado a los misterios o a las realidades escondidas. Podemos entonces hablar de mística remontándonos a « Myesis » o iniciación, y a «Mysterium »: el contenido del secreto al cual se es iniciados.

En este sentido, Mística, se refiere al misterio, al fondo imperceptible de la verdad, al que es necesario ser iniciados. En sentido cristiano se refiere al misterio escondido en Dios y ahora revelado en Jesucristo. Es una singular manifestación que Dios hace de sí mismo y de la plenitud de su vida que El mismo quiere comunicar. Se trata de una manifestación gratuita y benévola. En el ámbito cristiano, la mística está relacionada con la Revelación divina, comunicación a la vez de verdad y de gracia. Es la plenitud del misterio cristiano proclamado en la fe de la Iglesia a partir de la revelación, celebrado en la liturgia, especialmente en el ámbito de los sacramentos, vivido en la experiencia cristiana como vida en Cristo o vida en el Espíritu Santo, pero también posiblemente percibido de manera sobrenatural por una gracia carismática concedida por Dios. Tal experiencia mística se pone también bajo el discernimiento de la Revelación y del magisterio eclesial, justamente porque se vive este misterio cristiano en la Iglesia, en su verdad y en su vida, en su comunión y en su misión. (LG 12 y DV 8).        Hoy se habla también de experiencia mística no cristiana para designar aquéllas experiencias altísimas de lo divino que se manifiestan algunas veces fuera del cristianismo.
           
Inspirándome en F. Ruiz, me permito afirmar que, entre las características sobresalientes de la mística cristiana respecto a otras místicas o formas de mística, H.U. Von Baltasar señala estas tres principales, resumidas brevemente por E. Ancilli:[5] y que demuestra que la mística cristiana está fundada explicita y conscientemente en la gracia de Cristo, como participación de la vida trinitaria, que se hace consciente de esta realidad en la experiencia:

* La experiencia mística cristiana es y aparece como puro don de Dios. El místico no cristiano atribuye un grande valor a las varias técnicas de la meditación y de la ascesis, al esfuerzo humano para alcanzar los estados de unión. El hombre bíblico no tiene conciencia de tomar la iniciativa para alcanzar particulares experiencias religiosas o una inmersión mística en Dios, sino sabe que es Dios mismo el que tomando la iniciativa va en busca del hombre, exigiendo de él una rápida disponibilidad a la escucha y a la obediencia.

* En la mística cristiana no hay “diástasis” o separación entre espíritu y materia, porque en el designio de Dios, las dos esferas del cielo y del mundo no son extrañas. Las diferentes corrientes místicas no cristianas proponen  a veces una liberación de la materia considerada esencialmente mala para convertirse en “pneumáticos” y alcanzar la unión con Dios sin la carga negativa de lo material y del mundo.

* La tercera diferencia se encuentra en esto: la mística no cristiana, generalmente parece que es individualista, finalizada únicamente a la relación con lo divino. La auténtica mística cristiana rechaza todo individualismo y tiende siempre a la comunión de amor que se manifiesta en un aspecto social, eclesial: el acto de la contemplación no se limita a la relación con Dios, sino a un profundo, escondido influjo sobre la Iglesia y la humanidad .

Hay que subrayar que mística es también no solo el don, sino también la iniciación a la comprensión escondida del don recibido, en la cual el elegido o mysta, recibe la myesis o iniciación, a través del iniciador o mystés o mistagogo. En este caso la iniciación al misterio de Dios, a su verdad y a su vida, al designio o proyecto de su voluntad, es necesaria para entender lo que Dios puede y quiere hacer en la vida de una persona. De aquí la necesidad de la guía y del discernimiento espiritual.

En el ámbito cristiano podemos decir que todo cristiano no solo vive en el misterio, sino que es iniciado y habilitado a la comunión con el misterio, a partir del conocimiento mismo de la verdad, por medio de la fe y la efectiva iniciación cristiana sacramental. Por esto el bautismo es llamado «photismos», iluminación y la celebración de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía se llaman “iniciación cristiana”.[6] Sin embargo, quien recibe la gracia sacramental, tiene que abrir su corazón y su mente a la acción poderosa de los misterios en su vida. De aquí la necesidad de la dirección espiritual y del discernimiento eclesial.

Mística significa también, entre otras cosas, la experiencia en cuanto gracia revelada y donada, y entonces en algún modo pasiva, provocada por Dios, gratuita; y supone una fruición, un gusto, una inteligencia del misterio y de la acción de Dios. Se manifiesta, entonces, de una manera más bien «misteriosa», o sea, que viene del misterio, de la revelación y comunicación gratuita de Dios, que depende solo y exclusivamente de la libertad de Dios en el revelarse y en el donarse, Se trata de un conocimiento y de una experiencia que no se alcanzan con nuestros méritos y con nuestras técnicas. Si así no fuera, Dios no sería libre de donarse a quien quiere, como quiere y cuando quiere, según la famosa expresión de santa Teresa de Jesús[7]. Conviene, pues, distinguir entre el misterio, la habilitación al misterio y el modo fenoménico de experimentarlo.

La mística, en las dos primeras acepciones, pertenece a la vocación cristiana ordinaria. Se puede hablar también de una mística ordinaria de la cotidianidad, en la liturgia y en la vida, según la vocación de cada uno. La mística, como experiencia fenoménica superior, es del orden de los carismas o gracias especiales, que son  dadas para una percepción más intensa de la verdad, para una santificación más profunda, obra de Dios en Cristo, para algunas misiones especiales en la Iglesia o para ofrecer en ella el testimonio profético o sapiencial del misterio cristiano. Normalmente, en esta acepción se habla de formas extraordinarias de percepción de los contenidos de la verdad y de la vida del misterio cristiano, de su comprensión y comunicación, de la transformación de la persona mediante tales gracias, y de la efectiva trasmisión de esa misión recibida. Se trata entonces de los fenómenos místicos.

Puede haber una experiencia mística que podemos llamar “teológica” que consiste en el conocimiento superior de los misterios de Dios y de la humanidad, siempre a  la luz de la revelación. Y hay una mística que se manifiesta también como “soteriológica”, es decir como experiencia de perdón, de salvación y transformación, de participación en el misterio pascual de Cristo y en la misión de la Iglesia como acción (mística apostólica de evangelización y acción carismática) o como sufrimiento (mística apostólica de “compasión” o de “expiación”, siempre en comunión con la pasión de Cristo)

Es necesario entonces puntualizar esta terminología. Un modo de acercarnos al tema es considerar la experiencia cristiana... mística. Se trata de la experiencia de la vivencia cristiana, calificada por su percepción mística, extraordinaria. O bien se trata de valorar la experiencia mística... cristiana, o sea la experiencia extraordinaria, pero caracterizada por sus contenidos explícitamente cristianos tanto objetivos ( la revelación de los misterios) como subjetivos ( la acción de Dios y la respuesta humana, con toda la libre acogida y toda la resonancia en la totalidad de la persona, incluida su propia sensibilidad corporal).

2. Colocación y valoración de la mística a la luz del reciente Magisterio de la Iglesia

a.- La Constitución Lumen Gentium

A pesar de que no se encuentre una doctrina clara y desarrollada sobre la mística en el ámbito del  reciente Magisterio de la Iglesia, o en la doctrina del Vaticano II, podemos tomar  como puntos de referencia algunos textos, con el fin de verificar la importancia de la mística también en al ámbito del misterio y de la santidad de la Iglesia.
La primera referencia necesaria la podemos encontrar en el ámbito de la dimensión carismática de la Iglesia y de la acción del Espíritu Santo en ella con sus carismas. El Espíritu Santo, afirma el Vaticano II, provee a la Iglesia de diferentes dones jerárquicos y carismáticos[8]; el mismo Espíritu Santo dispensa también entre los fieles todo tipo de gracias especiales; son algunos carismas, extraordinarios o también más simples y más ampliamente difundidos; estos dones extraordinarios no se deben pedir temerariamente, ni se deben esperar con presunción de ellos los frutos de los trabajos apostólicos. El juicio  o discernimiento sobre su autenticidad y sobre su ordenado ejercicio pertenece a los que presiden en la Iglesia[9].

b.- La Constitución dogmática Dei Verbum

En el ámbito de la tradición viviente de la Iglesia que crece bajo la guía del Espíritu Santo, en la Iglesia, como comunidad viva «que cree y que ora», la comprensión tanto de las cosas como de las palabras transmitidas se realiza, sea con la contemplación y el estudio de los creyentes que la meditan en sus corazones ( cf Lc 2, 19.51), sea con la íntima comprensión de las realidades que experimentan, sea con la predicación de aquéllos que con la sucesión apostólica han recibido el carisma cierto de la verdad[10].

Los místicos se colocan en este ámbito. Son la presencia viva en medio del pueblo de Dios de un carisma eclesial particular, el de la “epignosis” (Fil. 1,9) o conocimiento superior del misterio de Dios, mediante el Espíritu; esos hombres y mujeres están al servicio de la Iglesia entera; son un testimonio del Dios viviente que conduce, también mediante su vida, a la plena comprensión de la verdad. Su conocimiento de Dios es también experiencia de amor, conocimiento connatural mediante la comunión en la fe y en la caridad, porque Dios se comunica a la mente y al corazón. Y por esto en la teología del Vaticano II la Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, ha puesto el acento sobre la « la experiencia sobrenatural de las palabras y de las realidades transmitidas », como una de los caminos que el Espíritu Santo mantiene siempre abiertos en la Iglesia «que cree y que ora» para una profundización y un crecimiento de la comprensión de la revelación, que no es otra cosa que la comunicación misma de Dios, verdad, vida y amor. Los místicos se colocan en esta profundización de la verdad, gracias a la experiencia particular suscitada por el Espíritu. Se reconoce en este texto la importancia del carisma de la experiencia sobrenatural de los místicos, junto a la del magisterio de los pastores y al estudio y reflexión de los teólogos o la del sentido profundo de la fe de quienes perciben el misterio con la oración la contemplación.

La Comisión Teológica Internacional ha puesto en evidencia el valor de la experiencia cristiana y ha afirmado que la penetración del misterio cristiano «está sugerida, sostenida y dirigida por la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia y en los corazones de los  cristianos concretos. Tiene lugar a la luz de la fe; está impulsada por los carismas y por el testimonio de los santos que el Espíritu de Dios otorga a la Iglesia en un tiempo determinado. A este conjunto pertenecen también el testimonio profético de movimientos espirituales y el conocimiento interno, que procede de una experiencia espiritual de los laicos que están llenos del Espíritu de Dios»[11] . La experiencia mística puede ser colocada también en este ámbito preciso y tiene una importancia particular allí en donde el fenómeno de la santidad calificado por la Iglesia es frecuentemente unido a carismas de conocimiento y de experiencia del misterio cristiano. Pablo VI en una audiencia de los miércoles, el 9 de septiembre de 1970, antes de proclamar a Santa Teresa de Jesús y a Santa Catalina de Siena, Doctoras de Iglesia, dedicó una hermosa reflexión al tema del conocimiento místico de Dios, como brilla en la escala que va desde la búsqueda racional a la experiencia mística[12].

c.- El Catecismo de la Iglesia Católica

El Catecismo de la Iglesia Católica ha dedicado un sugestivo número al concepto de mística cristiana. Es un sintético parágrafo que se encuentra en el ámbito de la tercera parte, dedicada a la moral cristiana, como vida en Cristo. El Catecismo ofrece, también, una especie de definición de la mística, que expresa bien las acepciones de la mística cristiana reportadas más arriba, cuando afirma en el ámbito de la exposición acerca de la santidad cristiana cuanto sigue: “El progreso espiritual tiende a la unión más íntima con Cristo. Esta unión se llama «mística», porque participa al misterio de Cristo mediante los sacramentos «los santos misterios» y en él al misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta íntima unión con él, aunque si solamente a algunos les son concedidas gracias especiales o signos extraordinarios de esta vida mística, con el fin de manifestar el don gratuito hecho a todos”[13] (n. 2014). En este texto se subrayan varias cosas. Ante todo, la vocación universal a la mística como participación de la vida en Cristo: la mística, como participación al misterio de Cristo; la iniciación a tal misterio, mediante los sacramentos, como realidades abiertas a todos; el don reservado a algunos mediante gracias especiales o signos extraordinarios en el ámbito de los testimonios eclesiales.

Por otra parte se pone de relieve la dimensión carismática de tales dones, que es justamente el testimonio eclesial de los místicos: una experiencia mística eclesial en vista del testimonio de cuanto los otros viven en el ámbito ordinario de la fe y de la caridad.

d.- El Documento Orationis formas (15. X.1989) de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Este importante documento sobre algunos aspectos de la meditación cristiana contiene varios puntos de referencia y algunos criterios de discernimiento sobre la mística. Me limitaré a enumerar algunos puntos para leer con atención, con el reenvío a las notas explicativas de dicho documento[14].
·         n. 14. Posibilidad y límites de la unión mística con Dios.     El documento fija una posibilidad y un límite. El límite está precisamente en la imposibilidad de una mística, a la luz de la revelación cristiana, que sea una simple absorción de Dio en el hombre o del hombre en Dios. Sería ir contra la libertad y majestad de Dios y contra la misma libertad del hombre. La posibilidad es la que nace del mismo misterio trinitario en el que  las personas de la Trinidad mantienen la comunión en la unidad y la distinción de las personas. A imagen de esa comunión trinitaria se da una posibilidad de unión mística, ya que somos llamados a ser imagen y semejanza de Dios en el Hijo y se nos  ofrece esa comunión íntima a través de la Eucaristía.

·         n. 21. Posibilidad y límites de las gracias de iluminación. El cristiano mediante el santo bautismo es un “iluminado”, un iniciado a los misterios. El bautismo es fuente de la contemplación. Sin embargo la contemplación cristiana queda siempre en el ámbito de la fe y no puede superar el conocimiento de los misterios revelados. Es una contemplación al servicio de la revelación.

·         n. 22. Posibilidad y límites de la mística. El bautismo-confirmación y la eucaristía son los misterios que objetivamente realizan la unión con Dios, la comunión trinitaria. Todas las formas de unión con Dios están fundadas y supeditadas a estos sacramentos o son una  realización de la gracia sacramental de esa comunión en la vida de cada uno hasta las cimas de la experiencia mística.

·         n. 23. Carácter de gratuidad de la mística. La mística cristiana se recibe como don de Dios. No hay técnicas que la puedan conseguir con las fuerzas humanas. Por eso hay que acoger con gratitud esos dones de los que la persona humana se siente indigna.

·         n. 24. Gracias místicas de los fundadores. En la vida mística y carismática de la Iglesia hay gracias especiales místicas que con frecuencia son gracias de paternidad y maternidad espiritual que Dios concede, por ejemplo, a los fundadores y fundadoras cuya gracia tiene que difundirse en los que participan del carisma. Sin embargo hay gracias estrictamente personales de los Fundadores, a las que no siempre tienen acceso los seguidores espirituales del carisma.

·         n. 25. Distinción. Gratuidad. Dimensión santificante. Discernimiento. El cristiano posee por el don normal de la gracia los dones del Espíritu Santo y el Espíritu Santo como don altísimo. A estos dones se pueden añadir en determinadas personas gracias carismáticas místicas, que llevan consigo una carga de santidad personal. Todos los carismas están sometidos al juicio y reconocimiento de la jerarquía eclesiástica para que puedan contribuir al bien común.

·         n. 30-31: Algunos criterios de discernimiento. Puede haber experiencias místicas purificadoras que se viven en la noche oscura y en la prueba. Hay que saber distinguir bien estos estados místicos de lo que podría simplemente ser fruto de negligencia. También Jesús alcanza la plenitud de la vida mística en su humanidad en el abandono del Padre. La humildad de María en el “Magnificat” nos da la nota esencial de la actitud del místico cristiano.

3. Algunas anotaciones doctrinales a los textos del Magisterio

1ª.- Está claro, a la luz de estas enseñanzas, que todos los cristianos tenemos una vocación a la mística en cuanto todos estamos llamados al conocimiento y a la experiencia del misterio de Cristo en la comunión eclesial. A todos nosotros, iniciados en su misterio mediante el santo bautismo, la confirmación  y la eucaristía, así como por medio de los otros sacramentos, Dios ha dado la posibilidad, mediante el don de la fe, del Espíritu y de sus actuaciones peculiares que son los llamados “dones del Espíritu Santo”, de entrar en un cierto conocimiento de su misterio. Dios se dona librementee a nosotros de manera objetiva, pero sólo nos hace percibir la profundidad de este don en manera subjetiva, hasta un cierto punto y medida dentro de la gracia común a todos los bautizados. Todos estamos dotados de órganos sobrenaturales que nos permiten estar en comunión con Dios, ya que la fe, la esperanza y la caridad son virtudes teologales que con las operaciones del Espíritu Santo y de sus dones nos unen directamente con Dios. Todo cristiano por el hecho de estar injertado en el misterio de Cristo, está llamado a la contemplación de los misterios mediante la iluminación bautismal, participa del misterio de Dios en la objetividad y en la plenitud de la vida sacramental. A pesar de que no podamos decir que es un místico en el sentido más profundo y técnico que le damos a esa palabra, si la referimos a la experiencia mística sobrenatural.

2ª.- En el sentido específico de la presente reflexión, quiero evidenciar algunas distinciones importantes. Místico es aquel que tiene una experiencia sobrenatural del misterio, como don del Espíritu; una experiencia sobrenatural que se funda sobre la revelación y que entra en el ámbito de la fe; una experiencia mística no va más allá de la fe misma, ni de la «fides quae» objetiva de lo que creemos, ni de la «fides qua», con la que creemos. Sin embargo, mediante la fe, iluminada por la caridad, con la acción del Espíritu Santo, el cristiano puede descubrir aspectos inéditos no del todo entendidos, revelados, profundizados; tal experiencia requiere una actuación gratuita por parte de Dios, y una pasividad por parte de la criatura, en el sentido del «pati divina», sufrir lo divino, recibir el don, ser llevados a conocer el misterio, acoger lo que Dios manifiesta y al Dios que se manifiesta.

3ª.- Emergen, por lo tanto, dos notas características: el don de Dios, fruto de la absoluta gratuidad de su acción, el rendirse delante de Dios, que toma la persona y la introduce en su mundo. En este sentido la mística es un don, o mejor es un carisma; el carisma del conocimiento experiencial superior, una “epígnosis” (Fil 1,9) del misterio: un don del Espíritu, en vista de un bien común, de la revelación y donación a la Iglesia. Este don hecho a un fiel en la Iglesia y para la Iglesia, miembro vivo en su comunión de vida, que es conocimiento y amor, es un don carismático, para el bien común. Y es necesario que además de la verdad objetiva la experiencia sobrenatural tenga algunas características: la fuerza de la verdad, la absoluta certeza, la vitalidad del don, la belleza de la expresión, la inmediatez de la percepción, la fuerza santificante. Todo acompañado por una profunda humildad y un deseo absoluto de ser confirmada tal experiencia  por la Iglesia en la verdad percibida.

4ª.- Por esto, tratándose siempre de una experiencia humana, que nos llega y se percibe a través de nuestra psicología, la mística tiene la necesidad de un discernimiento adecuado. Esto lleva inmediatamente a la luz la necesidad de conocer de manera objetiva, ya sea el aspecto psicológico de la mística, ya sean las modalidades humanas de la percepción, como también el necesario discernimiento, no solo de la objetividad y verdad del misterio comunicado, sino también de la efectiva sobrenaturalidad de tal comunicación subjetiva, aún admitiendo que se trate siempre de una experiencia  que acaece en lo humano. El organismo natural y sobrenatural de la persona humana está ya en algún modo habilitado para acoger y recibir estas comunicaciones de Dios. La vida de gracia, las virtudes y los dones son esta habilitación sobrenatural. Los frutos de santidad son sus manifestaciones evidentes de la acción de Dios en la persona. El modo con el cual Dios se comunica es un don sobrenatural, pero según nuestras posibilidades: espirituales, mentales, físicas, psíquicas, somáticas. De aquí viene la dificultad que existe en la evaluación de los fenómenos místicos, ya que se trata de evaluar el modo psicológico de la percepción. En efecto, mientras para todo lo que tiene que ver con el elemento objetivo, los contenidos de verdad y de gracia que pueden estar en conexión con la fenomenología, pueden ser válidos algunos criterios de ortodoxia y de ortopraxis (verdad de las cosas dichas, frutos de santidad), la cuestión del discernimiento psicológico es mucho más difícil, en vista de la complejidad de la psique humana y la posibilidad que ella misma tiene de acoger una experiencia sobrenatural ordinaria, en el ámbito del conocimiento y de la experiencia con posibilidades latentes en el organismo sobrenatural de la gracia.

5ª.- Por esto, una persona, incluso con toda su buena voluntad, podría correr el riesgo de elaborar por su cuenta intuiciones y experiencias, al menos hasta un cierto punto con la convicción de que se trata de cosas divinas, místicas, mientras que se trata de experiencias que entran en el ámbito de una experiencia ordinaria cristiana. Existe la posibilidad de proyectar como experiencias divinas lo que son solamente una elaboración subjetiva de sentimientos humanos y de fenómenos psicofísicos, posibles a nivel simplemente humano, sin que nada tenga que ver una experiencia sobrenatural que llamamos mística. Existe, en fin, la posibilidad de un cierto engaño que podría venir del influjo del mal y del maligno. Es necesario, pues, tener mucha delicadeza y atención en el juzgar si las cosas son de Dios o provienen de la psicología humana, con todas las posibilidades de la psique humana, o simplemente si son experiencias de la gracia en el ámbito de las posibilidades ofrecidas por la fe, sin sobrepasar las formas cualificadas de la mística.

Antes de su elección a la Sede de Pedro, el entonces Cardenal Joseph Ratzinger había ya afrontado el tema de algunos aspectos de la mística en el caso de las revelaciones privadas. En ocasión de la ilustración de la tercera parte del llamado secreto de Fátima, hecha a finales del mes de junio del 2000, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ofreció una serie de reflexiones muy interesantes sobre el tema, bajo el título “Comentario teológico”. Por la autoridad del autor y por la actualidad del tema, me permito remitir a este texto, ya retomado en algunas publicaciones, junto con toda la documentación restante sobre la tercera parte del secreto de Fátima[15].


4. El sentido de la experiencia mística y de su expresión

a.- Una triple dimensión experiencial

Según la doctrina típica de una gran mística, Teresa de Jesús, en la vida mística hay que tener en cuenta esas tres gracias que frecuentemente van unidas: la gracia, la inteligencia de la gracia y la expresión de la gracia. En efecto en la experiencia mística encontramos, según una expresión de Santa Teresa este proceso: «Una merced es dar el Señor la merced, y otra entender qué mercedes y qué gracia, otra saber decirla y dar a entender cómo es»[16].

He aquí tres aspectos de la experiencia mística: la experiencia en sí: - Dios dona la gracia, o se comunica a sí mismo, ya que Dios es gracia y es la gracia. - La inteligencia de lo que se recibe: Dios concede saber de qué gracia se trata; puede ser también la compresión del misterio de Dios que se comunica, o un aspecto de la fe y de la gracia; así Dios se manifiesta como verdad y como vida - La comunicación: Dios dona una particular gracia para poder comunicar lo inefable de la experiencia a los demás, ya que se trata con frecuencia no solo de algo muy personal sino también de experiencias difíciles de transmitir.

En el primer caso, se trata de verificar que es Dios el autor de una gracia, de una comunicación suya de verdad y de vida, pero realizada a un nivel superior, que puede ser percibido con las virtudes teologales solamente, y con los dones del Espíritu Santo, aunque siempre a través de la experiencia humana. En el segundo caso, teniendo presente que frecuentemente la experiencia es inefable y que muchas personas que la reciben se encuentran en algún modo humanamente poco preparadas para expresarla, es necesario un suplemento de  gracia - «gratia sermonis!» según los teólogos, es decir una gracia de expresión verbal o escrita - que favorezca la comunicación, sea para poder ser puesta bajo el discernimiento del confesor o del director espiritual, sea también para que el testimonio en favor de los otros resuene en la Iglesia.

En estos tres momentos, se necesita una gracia de Dios. Por eso se acentúa la gratuidad de los dones divinos y de las gracias místicas. El primer elemento es teológico: es el don y la comunicación de Dios. El segundo es también psicológico: comporta el conocimiento, la conciencia. El tercero es también de carácter expresivo: decir lo inefable. La transmisión o expresión de la gracia mística tiene sus posibilidades y sus dificultades. Comporta un don absoluto, la iluminación de la fe y del Espíritu, pero requiere también el momento de la comunicación. La inefabilidad de la mística comporta consigo las dificultades expresivas; llega entonces el recurso necesario a los símbolos, nace el deseo de comunicárselo a todos, la búsqueda de palabras nuevas, según la novedad misma de Dios, pero también de introducir el propio aporte en el recorrido intelectual de la fe y de la vida de la Iglesia, en la conformidad con la Escritura y con la tradición eclesial. Si se trata de gracias de contemplación mística, sobrenatural, como revelaciones, intuiciones, es necesario un suplemento de gracia carismática o profética, fruto de la sabiduría del Espíritu Santo, y es entonces cuando el místico comunica con una gracia específica.

Cuando el Señor quiere abrir los tesoros de la contemplación del místico a su Iglesia, entonces comunica también la posibilidad de hablar «in conspectu Ecclesiae», delante de la Iglesia, y le ofrece la gracia de hablar de manera adecuada y de recibir a lo largo del tiempo la recepción de esa doctrina por parte del pueblo de Dios, la aprobación de la Iglesia e incluso la elevación de esa enseñanza a la autoridad de una declaración oficial de poder ser reconocida como un don magisterial en la categoría de un Doctor o Doctora de la Iglesia. Tal es el caso de las tres mujeres reconocidas últimamente como doctoras de la Iglesia: Teresa de Jesús, Catalina de Siena, Teresa de Lisieux. De la misma manera, si el Señor quiere hacer emerger el propio carisma, el contenido de una doctrina sugiere mediante el Espíritu las palabras y las formas más adecuadas para la comunicación. Una comunicación que tal vez es difícil: ¿Cómo hablar bien de Dios no en una forma deductiva, sino inductiva, a partir de la experiencia? Entonces los místicos pueden servirse con frecuencia del lenguaje simbólico, que posee una expresión pedagógica universal, en cuanto los símbolos son comunes en la dimensión natural y antropológica. Con frecuencia, los símbolos de la mística cristiana se encuentran también en la mística no cristiana. Frecuentemente usan un lenguaje bíblico, para comunicar la verdad con el lenguaje mismo de la revelación. Cada místico, por su parte, añade su sello personal que hace brillar la novedad expresiva y el don de novedad de la experiencia mística.

b.-  Tres perspectivas de la experiencia mística

Desde otro punto de vista, en la mística podemos distinguir también tres momentos: la gracia misma: el elemento teológico objetivo, divino y teologal subjetivo, es decir su percepción mediante el organismo sobrenatural, la fe, la esperanza y la caridad, que son también dones de Dios; la repercusión psicológica: según la variedad de los fenómenos místicos, tanto en la psicología, como en la sensibilidad, como en el propio cuerpo; los efectos pasajeros o duraderos: la comunicación de verdades y de vida como efecto soteriológico, transformante, o profético: de anuncio y testimonio en la Iglesia. La dimensión fenoménica puede revestir una doble motivación: la verdad y la certeza de la percepción: “lo que hemos visto, oído, contemplado, aquello que nuestras manos han tocado...” (1Jn, 1ss.); y también la participación a la salvación de todo el sujeto, comprendido su cuerpo que participa a la comunión con Dios.  De esta forma se revela que la “soteriología”, la salvación cristiana es integral: puede comprender también la sensibilidad y la corporeidad, antes, puede extenderse a la naturaleza misma, al cosmos, a la creación y a la naturaleza entera, como trasparencia de la presencia de Dios.


c.-  Mística e historia

La mística se configura también en relación a la historia de la salvación. Pertenece a la progresividad de la historia de la salvación el camino hacia la plenitud de la revelación, el don de toda la vida entera, bajo la guía del Espíritu Santo. Hay entonces experiencias místicas que confirman la verdad revelada y experiencias místicas de novedad en la profundización de la revelación que ayudan a la Iglesia en un momento histórico particular. Algunas veces los místicos proponen de nuevo, en nombre de Dios, cuanto hemos olvidado. Otras veces traen la apertura de nuevas luces y de nuevas síntesis de vida y de espiritualidad para nuestro mundo. Sin embargo, ningún místico puede tener la pretensión de agotar la revelación o también de “innovar” su contenido, yendo mas allá de cuanto Dios nos ha revelado en Cristo.

Hay en la historia de la Iglesia momentos con más fenómenos místicos. Se trata de periodos en los que no podemos documentar tantos fenómenos místicos, como en los primeros siglos de la Iglesia. En otros, como en la Edad media y la edad moderna la mística parece más abundante. Hoy parece que hay  un nuevo interés por la mística y los fenómenos místicos y no faltan personas cuya santidad ha sido reconocida por la Iglesia que se distinguen por este carisma. Hay que advertir que los místicos no son extraños al influjo concreto de la cultura y de la vida de la Iglesia y de la espiritualidad de la época. Sufren los condicionamientos  históricos y culturales; son condicionamientos del lenguaje, de las expresiones, de los conceptos recurrentes en una época determinada, de la cultura ambiental. Ningún místico agota el conocimiento de Dios, el modo de trasmitir el misterio. Tenemos entonces necesidad de la coralidad católica de los místicos cristianos para decir juntos Dios y su misterio.

Los textos místicos, entre otras cosas, son de varios géneros. Están determinados por las condiciones culturales de la época, por las preocupaciones doctrinales, por las acentuaciones de algunos temas. La formación espiritual y el clima teológico en el cual han vivido los místicos, condiciona las afirmaciones y su lenguaje. Por esto no siempre encontramos en sus escritos afirmaciones nítidas e incisivas, como algunas veces las pide el lenguaje moderno. Existe entre otras cosas una providencial progresividad en la historia de la Iglesia y en la profundización de la verdad. Una progresividad que va marcando el paso del Espíritu Santo, con las acentuaciones propias de la fe de la Iglesia en las diferente épocas.

Hoy se habla de una nueva mística que tiene como características o campos de experiencia algunas realidades de la espiritualidad actual: Visión y penetración de la presencia y de la acción de Dios en las nuevas tareas de la Iglesia y del evangelio;  Anticipación iluminativa para descubrir y remediar las urgencias propuestas al cristiano; Realismo y concreción frente a las circunstancias políticas y sociales del hombre contemporáneo y las instituciones humanas; Identificación de nuevos campos de experiencia cristiana fuerte, como el matrimonio, la ciencia, la caridad, la adoración silenciosa y comunitaria, la experiencia personal; El sentido y el valor de la cruz en la vida humana, en el amor y el servicio ( F. Ruiz).

Hay que advertir, finalmente, que mientras en Occidente la mística fenoménica es abundante y se estudia con mucha atención, el Oriente cristiano es reticente y sospechoso respeto a los fenómenos místicos, aunque no faltan en la historia de la espiritualidad oriental casos eminentes de mística fenoménica, como es el caso de San Serafín de Sarov (s. XVIII):

5. Mística objetiva, mística subjetiva

En el ambiente alemán de la renovación litúrgica de los años treinta del siglo pasado, ha sido acuñada la distinción entre piedad objetiva y piedad subjetiva. La primera fundada especialmente en el misterio cristiano y sus fuentes; la segunda vivida más bien a nivel subjetivo y alguna vez como una apropiación subjetiva, meditativa, devocional de los misterios. De aquí ha sido también divulgada la distinción entre mística objetiva y mística subjetiva. La primera, fundamentada en la experiencia del misterio y de los misterios de Dios, tomados de sus fuentes bíblicas y sacramentales. La segunda, con una atención particular a los estados de ánimo, a los fenómenos, a las reflexiones psicológicas, a los grados subjetivos de oración.

No hay una contraposición neta entre los dos aspectos de la mística. Si la primera lleva a la luz el don del misterio de Dios revelado en Cristo, la segunda acentúa el carácter concreto de tal percepción que no puede que acaecer en la subjetividad interior y personal. Más que de una contraposición se trata de una integración. Una mística subjetiva sin el don objetivo no sería verdadera mística, sino más bien una ilusión subjetiva; pero una mística objetiva sin una correspondencia en la persona y en su percepción, que no puede menos de ser subjetiva, no tendría las connotaciones de la experiencia viva del Dios viviente, de la comunión interpersonal. En realidad, Dios no es un objeto, la comunicación de Dios es siempre interpersonal y por ello intersubjetiva, entre dos personas. Y la comunicación requiere una evidente subjetividad de acogida y de respuesta. El místico es siempre un sujeto que recibe, acoge y responde. Hay un aspecto subjetivo, en el buen sentido de la palabra, en la fe, en la esperanza y en el amor. Por otra parte, Dios no puede comunicarse sino a través de nuestra subjetividad: entendimiento, voluntad, sensibilidad, corporeidad, psicología, subconsciente.

Por eso, a pesar de que no sea necesario oponer la mística objetiva contra la mística subjetiva, todavía la distinción puede ser útil para una mejor percepción de algunos aspectos que pueden ayudarnos a aclarar un tema tan difícil. La objetividad configura diferentes aspectos de la mística en su contenido. La subjetividad se refiere más bien a las formas perceptivas. En efecto, desde el punto de vista de la objetividad del misterio podemos distinguir diferentes matices de la mística que se refieren al mundo amplio y rico de la fe y de la revelación cristiana. Desde el punto de vista de la subjetividad tenemos los diversos fenómenos místicos.

6. Varias formas de mística objetiva

            La mística objetiva es tan amplia y rica como el misterio cristiano mismo. Y Dios de complace en comunicarlo de diversas formas. Podemos hablar una mística trinitaria que posee como contenido la inteligencia y la comunión con el misterio trinitario; una mística filial, referida a la percepción del Padre; una mística cristocéntrica, sea de la encarnación, que de la pasión o «pasiológica», de la resurrección, es decir, «anastasiológica». Hay una mística del misterio de la infancia de Jesús como una del Sagrado Corazón o de la preciosa Sangre. Existe una mística eucarística con una referencia a los diferentes contenidos de la Eucaristía: presencia real, sacrificio, comunión. La mística pneumatológica tiene una atención particular al Espíritu Santo, a su persona,  a sus dones, a su acción en las personas y en el conjunto de la Iglesia e incluso fuera de la Iglesia. Existe una mística eclesial, si tiene como objeto la experiencia de la Iglesia, ya sea en su misterio como en su historia, en la percepción de sus luchas y de sus dolores, en la experiencia esponsal o en la del Cuerpo místico. Existe una mística mariana si se refiere a María: presencia de la Virgen María, inteligencia mística de su grandeza, de sus misterios, participación en la vida de María y de sus misterios. Existe también una mística de la comunión de los santos o de los ángeles si tiene como referencia a la Iglesia celestial con sus ángeles y santos. Es una mística escatológica la que tiene como objeto las realidades últimas: cielo, infierno, purgatorio.      En la tradición medieval y moderna de la mística se habla de mística esponsal con todos las facetas de la comunión esponsal como aparece en la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento la persona humana es una «alma eclesiástica», como dice Orígenes. Existe también, dentro de las grandes épocas en la historia, una mística del ser y de la nada, una especie de mística de la esencia, algunas veces casi metafísica, caracterizada por conceptos y experiencias del ser de Dios y del ser o no ser de la persona.
           
Hoy podemos hablar de mística bíblica o de una mística de la Palabra: cuando ésta tiene como soporte u objeto de experiencia palabras de la Escritura, episodios bíblicos, personajes bíblicos. Existe también una mística litúrgica, si se trata de una experiencia de los misterios celebrados por la liturgia o de experiencias que entran en el ámbito de la liturgia. Existe una mística personal, pero también se habla hoy de una mística colectiva o comunitaria, si una o varias personas están involucradas en esa experiencia, ya sea en cuanto testimonios y sujetos de la vivencia sobrenatural mística, ya sea como personas involucradas en la mística de la comunión trinitaria, en la unidad y en la reciprocidad de las relaciones de la caridad que circula entre ellos.
           
Otras divisiones pueden ser: mística profética si se trata de mensajes que hay que transmitir en nombre de Dios; mística apostólica, cuando tiene una particular incidencia de la misión; mística carismático-fundacional, cuando se trata de gracias inherentes a la fundación de una obra de Dios. Hay también una mística amartológica, en cuanto percepción del pecado, y también una mística diabólica, si tiene como objeto la percepción del misterio del pecado, del mal y del maligno. La experiencia mística puede ser también considerada desde un doble punto de vista: mística de la verdad de carácter revelatorio o de profundización del misterio; mística de la vida y de la santificación o soteriología, de salvación y de santificación, con gracias de purificación, fortaleza, conformación a Cristo, dedicación eclesial.

7. Mística y santidad

            ¿Cuál es la relación entre mística y santidad? Cito aquí con una cierta amplitud el artículo de P. Valentino Macca: «A pesar de que los hechos preternaturales o los «fenómenos místicos» - como son llamados  frecuentemente - no pertenecen de ninguna manera a la esencia de la vida espiritual, la cual puede alcanzar su perfección y plenitud también sin ellos, es raro encontrar Siervos de Dios que no hayan experimentado algún hecho de este género - y alguna vez de manera muy acentuada -, incluso también en nuestros días, añadiendo el testimonio de tales «fenómenos» al d esa más íntima y profunda unión mística con Dios y del ejercicio heroico de las virtudes, que nacen de dicha unión[17]. En efecto, lo que más cuenta y lo que más se debe subrayar en el estudio de la vida espiritual de un Siervo de Dios y de su auténtico heroísmo es la uniformidad plena al querer de Dios; esto, casi resumiendo la tradición, afirmaba con vigor S. Teresa: “ En lo que está la suma perfección, claro está que no es regalos interiores, ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía; sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere su Majestad» [18].

La heroicidad de las virtudes, considerada en su esencia teológica, consiste en el abrirse concreto y existencial y en una disponibilidad plena a Dios y a su gracia. En efecto, solo después de un “entero y verdadero sí de amor”[19], que es el del desposorio espiritual, por el que son «la voluntad de Dios y del alma una en un consentimiento propio y libre »[20], y después la ‘recíproca cesión’ de la «transformación en al Amado »[21], se puede pensar a una virtud heroica por la cual el fiel obre: «expedite, prompte et delectabiliter supra commune modum ex fine supernaturali, et sic sine humano ratiocinio, cum abnegatione operantis et affectuum subiectione », (es decir con prontitud y gozo, por encima del modo común y como efecto de una gracia sobrenatural, sin tantas razones con abnegación y sujeción de las operaciones y de los afectos). Por lo tanto, a pesar de que la virtud heroica pueda ser de quien tiende a la perfección de la caridad a través de la purificación,  se debe considerar que el heroísmo pleno de las virtudes se realiza de manera eminente solo cuando la criatura, bajo la acción del Espíritu transformador, ha alcanzado la unión mística contemplativa con su Dios . “In hoc quippe statu intimae unionis animae cum Deo,  virtutes omnes sunt in gradu heroico”. Es decir: “en este estado de la íntima unión del alma con Dios todas las virtudes se ejercitan en grado heroico”.
           
Entonces la fusión de la voluntad humana con la voluntad divina empuja solícitamente (prompte) y expeditamente (expedite)  al don de sí mismo en el cumplimiento sobrenatural del propio deber, expresión de búsqueda amorosa y constante de todo lo que le gusta a Dios en el desapego de toda búsqueda personal y egoísta y en la renuncia a sí mismos (cum abnegatione operantis) y en el dominio del propio corazón (et affectum subiectione). Los efectos de la unión transformante coinciden casi literalmente con tales realidades: el « delectabiliter » encuentra su correspondiente en la serenidad y paz conseguida por el alma[22]; el “prompte et expedite” en la generosidad que empuja la criatura a actuar sin cálculos[23]; el olvido de sí y la abnegación son la expresión de la totalidad con la cual el ser se orienta con el sacrificio de sí al cumplimiento del querer divino cualquiera que sea[24].

Y por consecuencia, la virtud heroica perfecta y la uniformidad plena a la voluntad de Dios, como expresión vital de la unión más íntima con Dios, y por eso de la perfección de la caridad, deben estar al centro de la reflexión para el juicio discrecional de la santidad de un Siervo de Dios. Y es siempre en relación con tal unión de voluntad con Dios, muchas veces caracterizada por gracias de oración contemplativa, en la cual el alma entra en contacto íntimo con Dios y en cierto modo lo experimenta unido a él, que van vistos y autenticados los fenómenos «extraordinarios», como las visiones, las revelaciones, el espíritu profético, la escrutación de los corazones, y ciertos fenómenos somáticos, cuales el éxtasis, el rapto, la levitación, etc.

Se trata de fenómenos accidentales y secundarios para la vida espiritual a la cual pueden ser también completamente extraños, en vista de que la procedencia de los mismos pueda ser alguna vez también fruto de una reacción paranormal de la psique. Por lo cual tienen que ser estudiados con seriedad y probidad científica, sobre la base de una información histórica segura del recurso iluminado a la teología  de las « gratiae gratis datae » y de los « carismas », de una aceptación  de la posibilidad objetiva  de tales realidades preternaturales de carácter sobrenatural, pero siempre con la mente libre de una facilidad simplista que ve e inmediatamente en todo la intervención de Dios en cada fenómeno extraordinario, especialmente somático, con el peligro de dar importancia de primer plano a lo que deba ser considerado solo como parte de la heroicidad de las virtudes y después de esa, además de manifestaciones de la plenitud contemplativa mística esencial que invade el sujeto «patiens»[25].
           
Podemos, pues, concluir que en la vida de la Iglesia y en el estudio de la santidad cristiana, es necesario tener una visión amplia y rica de la realidad de la mística desde el punto de vista teológico, antes de estudiar los posibles fenómenos místicos que pueden estar presentes en la experiencia de los siervos y de las siervas de Dios.

8. Permanente actualidad “místicos clásicos”

            Para el estudio de la mística cristiana conservan un valor imperecedero los místicos clásicos. Ellos nos garantizan con su sabiduría y experiencia los valores perennes y hacen el servicio de verdadera fuente, no solamente en la lectura espontánea de los creyentes, sino también en la reflexión teológica sobre la experiencia mística, clásica o actual. La demasiada insistencia sobre el cambio de cultura, de espiritualidad, de situaciones existenciales, ha hecho tomar las distancias de sus principios doctrinales, que con frecuencia, aún hoy, son mucho más válidos que tantas otras propuestas teológicas superficiales de última hora. La gracia como alianza, la vida teologal, la contemplación como intensidad y extensión de la vida teologal también fuera de la oración, el realismo de su existencia comprometida y compleja., puede y debe iluminar la reflexión teológica sobre la mística contemporánea.

Los místicos clásicos, reconocidos por la Iglesia, tienen una claridad en el uso de los términos, en el discernimiento y en la clasificación de las experiencias, en la dinámica de desarrollo, que no se encuentra en los libros modernos sobre la mística. Sobre todo, los místicos, como Juan de la Cruz o Teresa de Jesús, -ésta sobre todo en la síntesis del Castillo interior-, nos ofrece el marco de los fenómenos místicos posibles dentro del camino espiritual del cristiano a través de las siete moradas del Castillo que corresponden a siete momentos o etapas de la vida espiritual. Son estas etapas: la primera conversión (moradas primeras), la lucha y perseverancia (moradas segundas), la segunda conversión (moradas terceras), las primeras gracias místicas de renovación interior (moradas cuartas), la gracia de la unión o gracia de la vida nueva estabilizada en el cristiano como vida en Cristo (moradas quintas), las gracias místicas del desposorio espiritual de las sextas moradas, las gracias místicas del matrimonio espiritual en las moradas séptimas que son la gracia de la comunión trinitaria, del matrimonio espiritual y eclesial con Cristo, la total dedicación a la vida apostólica por solo servir al Crucificado. En cada una de estas etapas, que se viven siempre bajo el influjo de la gracia, Dios puede intervenir con gracias especiales para franquear las diversas y progresivas moradas. La Santa dedica especialmente las sextas moradas con 11 capítulos a las gracias más relevantes de los fenómenos místicos, a la luz de su propia experiencia: sufrimientos, hablas, éxtasis, visiones, revelaciones, pruebas de la noche oscura.            Juan de la Cruz pone de relieve a través de las cuatro etapas de la noche oscura la necesaria purificación activa de los apetitos y vicios ( noche activa del sentido), la purificación pasiva por parte de Dios de las raíces de los vicios capitales (noche pasiva del sentido), la necesaria orientación de la vida cristiana a la luz de la fe, la esperanza y la caridad ( noche activa del espíritu), las purificaciones profundas que Dios procura a la persona para llevarla a la plenitud de las gracias del matrimonio espiritual y de la fecunda acción en la Iglesia ( noche pasiva del espíritu). Juan de la Cruz trata del discernimiento de los fenómenos místicos, sobre todo en la noche activa del Espíritu para que prevalezca la fe sobre cualquier otro tipo de fenómenos. En el Cántico Espiritual y en la Llama de amor viva  ilustra algunos fenómenos místicos.

9. Algunas consecuencias operativas

Conviene que, en primer lugar, se tenga sumo cuidado en verificar la efectiva personalización de la fe y de la vida en la relación con Cristo o con las otras personas de la Trinidad, la conciencia del paso de Dios por su vida, ese paso que cambia y transforma la persona y de cuya acción es consciente, desde la humildad, que es Dios el autor de la santidad, el don y el donante de la gracia como comunión con El. Es también conveniente subrayar           el sentido de la gracia mística y de la santidad  como don que se manifiesta y se prueba con la heroicidad de las virtudes, con una invitación a no separar la ascética y la mística, la gracia y la respuesta, el don y la libre correspondencia personal. Siempre con la conciencia de la gratuidad, de la iniciativa y de la interioridad transformante de la acción de Dios en las personas santas, que de ello tienen conciencia, si de veras santas son.
           
Una visión de la mística podría enriquecerse con esta doble perspectiva, para valorar, allí donde exista y con el rigor y seriedad que cada caso merece, sin extrapolaciones ni generalidades, la experiencia y mensaje de una mística sapiencial contemplativa y la riqueza de la multiforme gracia de Cristo en esa serie de connotaciones de esa que hemos querido llamar mística soteriológica, mística de la redención y de la salvación, de la transformación y de la santidad. Mística eclesial y eclesializada vivida en provecho de la Iglesia. Por ello,  hay que preguntarse, con la apasionada búsqueda de lo que Dios ha querido de veras, con la seriedad de Dios y sin exageraciones apologéticas de parte, qué es lo que Dios nos ha querido decir o volver a decir con estos tetigos suyos a la Iglesia y al mundo de nuestro tiempo con su santidad eclesial. Aparecerá entonces el sentido de una mística, que no es solo contemplativa y soteriológica, sino también carismática, un mensaje de Dios para nuestro tiempo que confirma la doctrina, abre perspectivas a la historia, es auténticamente profética. No olvidemos las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, ya citadas: los místicos testimonian con la fuerza de la experiencia extraordinaria de gracias especiales y fenómenos extraordinarios lo que es designio de Dios para todos, abriendo en el tiempo nuevos senderos de comprensión del designio de Dios en la historia de la salvación.
           
Como consecuencia, en perspectiva teológica y eclesial, conviene prestar una mayor atención en este arco iris de la mística a la experiencia espiritual. Esto es de gran importancia, incluso para fijar bien el talante de cada santo reconocido por la Iglesia, su  palabra viva, su especialización carismática, el fragmento de Evangelio en el que ha concentrado, como fragmento de un todo que es misterio de Cristo vivido y testimoniado, la  particular revelación del Espíritu de santidad. Por ello, se debería, en el caso de una clara percepción de la acción mística de Dios en la persona, saber escrutar el contenido del mensaje, la especialización carismática de ese tipo de vivencia, el contenido de esa mística. Así se aportará una contribución no sólo a afirmar la santidad sino a descifrar el mensaje que Dios nos ofrece y seguirá ofreciendo a través de los místicos y de los santos de hoy y del futuro. La santidad inédita e irrepetible de cada uno de los hijos de la Iglesia, propuestos para el reconocimiento de su santidad nos obligan a estudiar con objetividad y respeto de la verdad la posible acción del Espíritu de santidad para que, como suele ser el estilo de los santos, se reconozca solo la gloria de Dios en la fragilidad de la naturaleza humana que llega al vértice de la santidad.


II. Los fenómenos místicos: variedad, naturaleza, discernimiento.


1.      Una cuestión delicada

El estudio de los fenómenos místicos no es fácil, dado que en ellos está implicada la posible  interacción de lo divino y de lo humano, como afirma P. Zavalloni[26]. Se trata de saber: en que medida los fenómenos de naturaleza extraordinaria, como los éxtasis, las visiones, los estigmas, puedan encontrar una explicación psicológica; de cuales signos se pueden reconocer los verdaderos místicos de los pseudomísticos, tan numerosos en nuestros días; como pueda establecerse si en un grande místico haya una determinada enfermedad mental, sin comprometer la potencia de su doctrina y el esplendor de su fe. Tratemos de decir una palabra con la ayuda del estudio desarrollado por P. Valentino Macca[27] y de D. Giorgio Gozzelino[28].


2. Variedad de los fenómenos místicos

La fenomenología mística es muy variada, ya sea que se hable en general de sus posibilidades en absoluto, ya sea que se haga referencia a los fenómenos concretos atestiguados por la historia d la espiritualidad y por la santidad carismática. Una tal variedad depende en absoluto de las posibilidades humanas, latentes en la persona misma, capaces de ser activadas por una intervención divina: en el cuerpo, en la mente, en el corazón, en la sensibilidad, en la imaginación, en el entendimiento, en la memoria. Con frecuencia tal variedad se configura también con la modalidad de la experiencia mística  más conocida o estudiada: visiones, revelaciones, fenómenos corporales, llagas, éxtasis. Los diferentes autores proponen varias divisiones, más o menos con una cierta concordancia.

a.- Grados de oración

En vista de que en la mística tradicional se habla frecuentemente de la oración como ámbito tradicional de la relación con el misterio divino, una de las formas características de enumerar las diferentes formas de la fenomenología mística, se hace a través de los llamados grados de oración. Si se habla de una progresividad en el ámbito del camino de la experiencia mística, a través de la oración y de la contemplación, podemos distinguir con el itinerario del “Castillo Interior” de Santa Teresa: entre las cuartas y las séptimas moradas, que indican el ingreso, el progreso y el vértice de la vida mística, estas experiencias:
a)      algunas oraciones interiores: recogimiento interior; sueño de las potencias; oración de unión; raptos y suspensiones; vuelo del espíritu;
b)      fenómenos extraordinarios: éxtasis, ímpetus de amor y de alegría; locuciones o audiciones; visiones y revelaciones; heridas de amor; desposorio espiritual; matrimonio espiritual...

Santa Teresa, especialmente en el Castillo Interior, moradas VI, con sus once capítulos, y en las moradas VII, con cuatro capítulos, describe bien la fenomenología, las gracias, los criterios de discernimiento espiritual. Su doctrina permanece un punto de referencia, también en la elaboración de la fenomenología mística actual.

b.- En relación a la participación de la persona

            Si se toma como punto de referencia toda la realidad de la persona, encontramos en los autores una serie de fenómenos que ofrecen casi exhaustivamente cuanto se puede encontrar en las posibilidades de la persona y en el testimonio de los místicos. Algunos autores distinguen:
a)      fenómenos de carácter corpóreo: raptos, éxtasis, vuelo del espíritu;
estigmas o llagas; transverberación o herida del corazón; sudor de sangre y lágrimas de sangre; cambio de corazones; sobrevivencia de la persona, también en la privación de alimentos (inedia) y del sueño (insomnio o acedia);
b) fenómenos corporales que parece que anticipen la condición gloriosa futura del cuerpo: agilidad, sutileza, luminosidad; bilocación, levitación, ligereza; perfume que exhalan los cuerpos vivos o también los restos mortales de los difuntos; telepatía o sentimiento a distancia, telekínesis.

El éxtasis es considerado el fenómeno místico más representativo y comúnmente citado en el análisis y en los estudios sobre la experiencia de los místicos. Con su estructura bien definida, puede servir como orientación para analizas otros fenómenos y experiencias. Tres elementos principales: presencia de Dios y gracia intensa; concentración psíquica intensa, por la absorción de la persona en la presencia de Dios; cese o debilitamiento de las actividades sensoriales somáticas.
a) fenómenos de orden afectivo: transportes de amor; heridas de amor;
b)      fenómenos de orden cognoscitivo: “cardiognosis” o conocimiento de los corazones y conciencias de los demás; “hierognosis” o conocimiento de lo sagrado y distinción entre lo que es sagrado y lo que no es (por ejemplo el  conocimiento interior de hostias consagradas y no consagradas); ciencia infusa;
c) Fenómenos más frecuentes:
Apariciones-visiones: Son percepciones recibidas, algo así como una mirada interior, de objetos o sujetos espirituales. Son frecuentes en la vida mística, a tres niveles: sensorial, imaginativo, intelectual. Se pasa de las más elevadas experiencias místicas intelectuales, hasta la “apariciones” de carácter sensible y corporal. Con mucha frecuencia las visiones comportan también locuciones, mensajes, secretos.
Locuciones-audiciones: Percepciones a nivel de palabras escuchadas y percibidas. También se notan, como se verá, las tres modalidades especificadas por S. Juan de la Cruz; sucesivas (elaboradas por la persona misma), formales (comunicación de información y orden de parte de Dios), sustanciales (obran en lo más profundo lo que dicen).A propósito de las palabras, según San Juan de la Cruz, en las primeras, es decir, en las palabras sucesivas y las palabras formales, pueden influir sobre el espíritu, el entendimiento humano, pero pueden ser del demonio; no son de Dios como tales, sino que son atribuidas todas a la responsabilidad del que escucha, aunque alguna vez  estén iluminadas por la gracia ordinaria; las terceras (las palabras sustanciales) son de Dios, se sienten en lo íntimo del alma, realizando lo que dicen.
Revelaciones: No forman una categoría nueva. Se llaman así ciertas visiones y locuciones, cuando manifiestan un contenido nuevo desconocido naturalmente ya sea de las cosas naturales como de las cosas sobrenturales.
Tacto, gusto, olfato: Indican percepciones ‘sobrenaturales’ más globales e imprecisas que las dos precedentes, con el lenguaje simbólico de otros “sentidos espirituales”. Estos sentidos son utilizados mucho menos, pero se pueden encontrar algunos fenómenos en estos sectores o bajo estas formas.
Estigmas: Reproducción espiritual psíquica, o física de las heridas de la pasión de Jesucristo. Es un fenómeno que solamente se encuentra en la mística cristiana, y no antes del Medioevo. Hay estigmatizados conocidos en nuestro tiempo, como el P. Pio.

d) Otros fenómenos: Inedia, levitación, bilocación, incombustibilidad, insomnio, sudor de sangre....


3. Dificultades en el acertar los hechos sobrenaturales

            Hoy el conocimiento de la psicología humana nos pone en guardia ante tantos fenómenos de carácter extraordinario, con el fin de que no sean dados con rapidez juicios demasiado precipitados acerca de estos hechos, sino que se atenga a unos criterios objetivos. Un gran experto en la materia, P. Roberto Zavalloni, expresaba la dificultad de poder hacer un análisis objetivo de ciertos fenómenos con este razonamiento que resumimos: el mundo interior del cristiano, especialmente en personas pías y bien intencionadas, es tan rico de capacidades y de resonancias para vivir, entender y vivir una intercomunicación con el mundo sobrenatural, que puede tener en sí mismo, sin necesidad de recurrir a fenómenos místicos extraordinarios, la posibilidad de emociones, noticias, intuiciones y fenómenos que pueden parecer místicos pero que no lo son con toda certeza. Mantener estas cosas en el ámbito de la discreción, eventualmente comunicarlas a quien es debido, es más que justo; interpolarlas, divulgarlas, hacerlas pasar como visiones, revelaciones y mensajes con la pretensión de que sean aceptadas y seguidas puede ser peligroso. Es difícil llegar a una certeza sobre la procedencia de parte de Dios de tales fenómenos, como experiencias claramente místicas sobrenaturales, tanto más que en estos casos, es decir, cuando se trata de fenómenos puramente subjetivos, no hay una correspondencia efectiva al exterior, que pueda probar cuanto ha acaecido. De tal manera que se puede permanecer en la duda cuando una persona dice que ha visto u oído, pero no hay una verificación de carácter objetivo para probar lo que ha sucedido. Se debe estar entonces muy atentos a la divulgación de presuntas gracias, que son tal vez el fruto de una sólida vida interior, nutrida también por una cierta inteligencia de las cosas, pero podrían ser fruto de una imaginación vivaz de las personas, que aunque no piensan engañar se engañan pensando que todo venga directamente de Dios. Una serie de fenómenos externos pueden ser ejercitados también por concausas naturales, sea por la potencia misma del organismo humano, que por la fuerza de la psiche de la que ignoramos todas sus posibilidades. También esto vale para todo lo que es el mundo de la comunicación interpersonal, gracias al poder que existe en la comunicación de persona a persona.

Esto es lo que sucede en el vasto campo de los fenómenos que pueden ser reducidos a la comunicación interpersonal, a través de la potencia de la psique humana, que tiene posibilidades inmensas y algunas veces desconocidas. En general, los médicos se niegan a entrar en el campo de la parasicología y de sus fenómenos, pero no se puede rechazar a priori que existan estos fenómenos “paranormales”. En este caso el discernimiento cristiano procede con cautela, porque está siempre latente el peligro de engaño consciente, tolerado, inducido. En este caso no se trata de fenómenos sobrenaturales.

4. Algunos criterios generales de orientación y discernimiento

            Ante tanta variedad de fenómenos posibles y en vista de que un trenzado tan sutil entre la objetividad del don y la subjetividad de la percepción, de la habilitación del sujeto para vivir interiormente las realidades del mundo sobrenatural y el efectivo realizarse de un don que viene del externo, de Dios cuando él quiere, como quiere y concedido a quien quiere, no es fácil establecer la verdad. Son necesarias algunas orientaciones precisas, tanto más que pueden subsistir engaños subjetivos o también inconscientes errores debidos a exageraciones, ilusiones, alucinaciones.

a.- Primeros y elementales criterios de discernimiento positivos. Según los elementales criterios de discernimiento es necesario en presencia de estos presuntos hechos sobrenaturales: estudiar el caso, para llegar a una certeza moral, o al menos a una grande probabilidad de que el hecho exista, gracias a una atenta investigación objetiva; evaluar las circunstancias particulares que conciernen la existencia y la naturaleza de los hechos: examinar las cualidades del sujeto para ver si existe en él equilibrio psíquico, honestidad y rectitud, sinceridad y docilidad hacia las autoridades eclesiásticas, capacidad de retornar a la vida normal de fe, evitando autoproclamarse, definirse o considerarse videntes o místicos a tiempo completo...

Desde el punto de vista objetivo: es necesario que en el contenido de las revelaciones haya una doctrina teológica y espiritual que tenga que ver con los fenómenos mismos de modo que estén libres de errores doctrinales: Dios no puede engañarse ni engañar. Alrededor de un posible favor místico es necesario examinar si se cultiva una sana devoción, si crecen los frutos espirituales, personales y de los demás que participan de esa gracia.

b.- Elementos negativos primarios. Los fenómenos no pueden ser sobrenaturales cuando: hay errores y contradicciones respecto a los hechos; esto quiere decir que los hechos no existen; han sido inventados o son fruto de manipulaciones externas; cuando hay errores doctrinales en las revelaciones, o también si hay errores naturales añadidos por cuenta de la propia persona; cuando exista de parte del sujeto una instrumentalización de los hechos con fines egoístas, como en el caso del lucro, la exaltación de la propia personalidad, o de otros fines egoístas etc.; cuando exista una relación con hechos inmorales, en ocasión o en concomitancia con los hechos narrados;  cuando hay enfermedades psíquicas en la persona y tendencias psicopáticas en el sujeto: psicosis, histerismo personal o colectivo etc.

c.- Exclusión de fenómenos sospechosos. En un campo tan delicado es necesario saber distinguir, hoy más que nunca con la ayuda de la psicología, los fenómenos naturales, posibles para las fuerzas humanas: como el éxtasis natural o “trances” extáticos provocados por la hipnosis o sonambulismo, de lo que son fenómenos típicamente sobrenaturales. La ciencia psicológica y la historia de las religiones nos pone en guardia ante una excesiva credulidad de frente a los fenómenos que pueden tener una simple explicación natural.
           
Conviene, entonces, saber resistir y poner a prueba a los videntes o a los presuntos místicos, eventualmente en presencia de fenómenos como mensajes divinos que son repetitivos, banales, atemporales. En estos casos es el “vidente” el que habla por su cuenta y, no Dios. Es la persona del vidente la que hace pasar por mensajes de Dios los propios pensamientos. No hay que tener miedo en el desconfiar en general de mensajes apocalípticos y de amenaza que tienen que ver poco con el lenguaje de amor misericordioso de Dios y de la Virgen María, aunque siempre es posible y necesario que la humanidad sea invitada a la conversión. Hay que saber resistir a las amenazas apocalípticas que desde hace tiempo algunos van proponiendo, sin que existan pruebas concretas en la realidad o también  cuando se trata de mensajes con un lenguaje muy general que no ofrece pistas para conocer las cosas. Sigue siendo válida la palabra de la Escritura: « ¿Cómo reconocerán la palabra que el Señor nos ha dicho? cuando el profeta hablará en nombre del Señor y la cosa no sucederá y no se realizará, esa palabra no la ha dicho el Señor: la ha dicha el profeta por presunción: de él no debes tener miedo» (Dt 18, 21-22).
           
Hay que desconfiar de mensajes con un carácter mesiánico, universalista, casi como si la salvación tuviera que venir sólo de estos mensajes, de un presunto vidente que se arroga la interpretación única de la revelación y del mensaje de Dios, de quien propone con exclusivismo que Dios se hace solo presente en un lugar determinado o a través de un exclusivo hecho carismático. Del mismo modo no hay ceder ante de los mensajes que pretenden  o intentan suplantar la doctrina teológica de la Iglesia, y añadir alguna verdad suplementaria a  la revelación. Ante el miedo o temor que algunas veces suscitan las realidades que se presumen sobrenaturales, es necesario usar con coherencia y libertad delante de tales hechos estos criterios, como propone San Juan de la Cruz: la luz de la razón y de la inteligencia; la sabiduría de la palabra de Dios; la doctrina propuesta a la fe según el magisterio de la Iglesia y la sana teología[29].

En el ejercicio del discernimiento es necesario saber exigir también  que Dios se manifieste  con mayor claridad, si la pretensión del vidente no es clara y convincente, ya que Dio se manifiesta siempre teniendo en cuenta nuestra racionalidad y la racionalidad de la fe, como ha hecho en la revelación de Cristo. Dios no revela ni comunica absurdos.

d.- Criterios generales de evaluación. Ante presuntos fenómenos místicos es necesario, pues, entre otras cosas: juzgar la cosa en el conjunto de la situación de la persona, de su vida espiritual, apostólica etc.; verificar con un serio examen la situación de la persona  y de sus disposiciones espirituales positivas y negativas: docilidad, obediencia, discreción, pureza de intención; y los contrarios...; de modo particular, es necesario examinar su firme voluntad de no desear estas intervenciones fenoménicas; si Dios insiste en esa comunicación es necesario que se sepa acoger con sencillez, gratitud, humildad, confianza, sometimiento a la autoridad de la Iglesia..

5. Algunas orientaciones para el discernimiento de algunos fenómenos espirituales

            San Juan de la Cruz, como hemos ya recordado brevemente y ahora ampliamos, presenta las tres formas de visiones que pueden acaecer y propone algunos criterios de discernimiento.
           
En general, las visiones corporales o corpóreas son siempre las que menos certeza contienen de ser de Dios. Si fueran de él, suelen hacer sobre todo efecto en el espíritu. y suscitan en el corazón amor hacia Dios. Sin embargo, para mayor seguridad la persona debe más bien rechazar estas visiones que podrían tener un origen diabólico[30].             En las visiones imaginarias Dios puede enseñar sabiduría a la persona agraciada. Sin embargo, deben recibirse con temor, encaminar la vida hacia la fe, someterlas al discernimiento espiritual de los confesores. Lo importante es mantener y guardar el amor de Dios que tales ilustraciones dejan en la persona y saber crecer en fe, humildad, sencillez y soledad de espíritu[31]. Las visiones intelectuales que suelen ser comunicaciones de Dios en la inteligencia, tocada por Dios, mediante una luz sobrenatural, en lo más íntimo de la persona, para conocer las cosas del cielo y de la tierra son más perfectas y fiables; quedan fuertemente impresas en el alma y traen consigo una serie de efectos  positivos de quietud, luz, gloriosa  alegría y muchos otros. Pro, también en este caso, la persona debe orientarlas hacia le fe en Dios[32].
           
Respecto a las  visiones o revelaciones San Juan de la Cruz distingue muy bien tres especies: palabras sucesivas, formales, sustanciales. Las palabras o locuciones sucesivas son aquellas que, cuando el espíritu está recogido, pueden suscitar sentimientos y luces subjetivas a modo de discurso interior. Pueden proceder tanto del Espíritu de Dios, cuanto de la luz natural de la inteligencia, como también podrían venir del demonio. Son, en general, discursos o palabras numerosas, sentimientos expresados  con multitud de conceptos, a veces repetitivos. Con mucha frecuencia se trata solamente del fruto de la propia imaginación o del propio raciocinio y no hay que hacer pasar como si fueran cosas de Dios, especialmente cuando entre cosas buenas se mezclan errores. Juan de la Cruz ofrece estos criterios y estas orientaciones:      - en todo caso traten de fundar su voluntas solamente en un humilde amor y en el ejercicio de las virtudes y del sufrimiento, imitando el Hijo de Dios en su vida ya que es ésta la regla de oro para llegar al absoluto bien espiritual; - sólo si tales conceptos y palabras engendran en la persona un amor humilde y reverencial por el Señor, pueden ser signos de autenticidad. - De todos modos, conviene orientar, siempre y sólo, la voluntad hacia Dios, observar su ley y sus santos consejos, ya que en ellos consiste la sabiduría de los Santos, contentos solamente de conocer los misterios de Dios y las verdades de la revelación con la sencillez y la certidumbre con que los propone la Iglesia[33]. De otra índole son las palabras formales. Se trata de palabras que vienen de una tercera persona y no son discursos que la persona se hace a sí misma. Son conceptos claros o a veces algo oscuros, que se manifiestan al entendimiento. Iluminan o ilustran algunas verdades. La persona no debe hacer excesivo caso de ellas y no debe proceder en ningún modo a poner en práctica lo que cree haber entendido sin pasarlo por el tamiz del consejo y discernimiento de los confesores para evitar los engaños posibles[34]. Las palabras o locuciones sustanciales que  se realizan en el centro de la persona, en su intimidad más personal a la que solo Dio tiene acceso, son palabras sencillas, breves, que realizan lo que dicen y dejan en la persona el sabor de la certeza de lo que ha escuchado. Son palabras tan de Dios que la persona ni las puede crear, ni querer, ni rechazar di temer. Vienen de Dios y ayudan a la persona a vivir en Dios y en su voluntad y solo ante ellas se puede expresar con humildad la palabra del siervo de Dios: “Habla, Señor que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10).
           
En el discernimiento hecho por el Card. J. Ratzinger sobre el secreto de Fátima en el año 2000, encontramos una serie de criterios fundamentales acerca del valor de las revelaciones privadas y de los criterios de discernimiento que pueden guiar la comprensión de su autenticidad[35]. Citando ampliamente los conceptos contenidos en el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de la relación entre revelación pública y revelaciones privadas,[36] establece estos tres principios doctrinales: La autoridad de las revelaciones privadas es esencialmente diversa de la  revelación pública; solamente la revelación pública exige la fe y me da la fe que me salva con seguridad. La revelación privada puede ser de ayuda a esta fe, si se orienta totalmente a Cristo y no deja de lado la revelación pública o cree superarla, ya que toda revelación verdadera nos orienta al centro mismo del Evangelio y no fuera de él. Puede existir y de hecho existe en la Iglesia un carisma profético al servicio de la revelación pública que se manifiesta, bajo el examen de la Iglesia misma, como una ayuda para interpretar el presente en vista del futuro, para que los cristianos den una respuesta fecunda y comprometida a la voluntad de Dios en el momento presente. La predicción del futuro es secundaria.
           
Para discernir el elemento característico de las visiones y revelaciones de Fátima, J. Ratzinger recurre a la triple división de las visiones (sensibles, imaginarias e intelectuales), descarta que se trate de una visión sensible o intelectual, aboga por una interpretación de la visión imaginaria en la que tal vez no faltan elementos que hay que interpretar y que purificar. No cabe duda que en la antropología de estas visiones hay elementos humanos y culturales que necesitan una interpretación adecuada hecha con una cierta distancia de tiempo.

6. Algunas orientaciones finales a modo de conclusión

            Se debe estudiar la realidad mística en su complejidad. No basta para atestiguar la verdad del fenómeno místico, la santidad de la persona, ya que puede existir un engaño subjetivo debido a la debilidad y fragilidad humana. Sin embargo, serán muy importantes para el discernimiento, los frutos del Espíritu, como señal de la disponibilidad de la persona a la acción de Dios así como evidentemente se puede venir a encontrar en el engaño cuando abundan los frutos del maligno o del egoísmo.
           
Entre los signos de autenticidad se encuentra el deseo de crecer en el amor de Cristo, en la caridad hacia la Iglesia y el prójimo, la conciencia del destino apostólico-eclesial de todas las gracias, la humilde sumisión al discernimiento eclesial, con sencillez evangélica... Los dones extraordinarios no deben ser nunca deseados ni pedidos a Dios, debido a su gratuidad, pero también por su peligrosidad. Pero si son otorgados por Dios, es necesario aceptarlos con responsabilidad, gratitud y humildad... En el caso de las revelaciones, visiones, locuciones-audiciones hay que superar los extremismos opuestos, la credulidad y la desconfianza. En particular para el confesor se trata de ejercitar una generosa e inteligente apertura crítica y una capacidad de verificar inteligentemente la verdad objetiva.
           
Por lo que tiene que ver con eventuales mensajes para otros, es necesario pasarlos todos por el tamiz del discernimiento de la verdad objetiva. Tienen que estar en sintonía con el patrimonio de la fe. La persona que recibe estos mensajes debe hacer gala de equilibrio psicológico y sentido de la realidad; tiene que vivir en absoluta verdad y sinceridad, con total ausencia de segundos fines, exclusión del exhibicionismo personal. Se debe encontrar en la persona una fuerte disponibilidad de obediencia a la Iglesia, fortaleza de ánimo, deseo de auténtica santidad.
           
De los frutos se pueden reconocer las experiencias genuinas: frutos del Espíritu, capacidad de sacrificio, temor y amor en su relación con Dios, pero con la preponderancia del amor.
           

III. Conclusión

            Tres son las notas de la verdadera mística cristiana: trinitaria, cristológica, eclesiológica.

La experiencia cristiana es trinitaria. La primera palabra del místico es Dios, conocido y experimentado como amor. Es el punto de llegada de toda experiencia  el conocimiento de Dios como Trinidad. Es típico de los místicos elevarse hasta la Trinidad y cantar el misterio de Dios Amor, la naturaleza divina como fuego incandescente de caridad. Los místicos son como un eco perenne de la palabra reveladora de Juan el evangelista “teólogo” y “testigo”: “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Sí Dios es amor en su unidad y en su comunión trinitaria de las personas. Todo mensaje místico está supeditado a esta revelación de la naturaleza de nuestro Dios. ¨Por eso éste es el sustancial e idéntico testimonio de los místicos en las múltiples modulaciones de sus escritos. Frecuentemente el lenguaje de los místicos se eleva del tono discursivo a una ardiente oración o a un vivo testimonio ante el Dios Amor, uno y trino. La mística cristiana es cristológica. Los verdaderos místicos llegan siempre al conocimiento de la experiencia de Cristo en el misterio de su divinidad y humanidad, en los misterios de su vida, y en modo especial en la experiencia del Crucificado Resucitado. O también viven experiencias de comunión con Cristo, de perdón y de salvación, de comunión con su muerte y resurrección: Se ha hablado de la “Christomorphie de l’amour mystique”. El amor místico conforma a Cristo en su misterio pascual. Finalmente, la mística cristiana es eclesial, en la Iglesia, para la Iglesia, experiencia de Iglesia, especialmente en la mística esponsal y en la apostólica o carismática o fundacional.
           
Hoy tenemos necesidad y ansiamos una mística, que no se encierre en un platonismo o neoplatonismo de las ideas, que no aparezca casi circundada  por un cierto egocentrismo de la fruición de las realidades sobrehumanas, que no relegue a los místicos en una órbita de alta aristocracia del espíritu, lejos de los pobres mortales de la cotidianidad, que no estén sumergidos casi continuamente en el universo de las cosas extraordinarias. Gustan todavía hoy los místicos, como indicaba ya H. Bergson, que viven la mística del servicio de la humanidad como la más creíble irradiación del Dios amor trinitario; que saben ensimismarse en la mística del cotidiano y de lo real; que saben conjugar las altísimas visiones de Dios con el dinamismo de la historia y del tiempo; que finalmente rinden testimonio de la más auténtica normalidad humana, también en medio a la embriaguez de la inteligencia superior de los misterios de Dios. De esta forma nos hacen presente la misma vida mística de Cristo y de María, de Pablo y de Juan. Y remiten constantemente al Evangelio de la verdad, de la vida, de la belleza y del gozo de nuestro Dios, como testigos creíbles de su mensaje y de su vida.


[1] Cfr. al respecto, AA.VV., La Mistica. Fenomenologia e riflessione teologica, Città Nuova Editrice, 2 vol., Roma 1984; AA.VV., Mistica e misticismo oggi, Roma 1979; C. BECATTINI, Esperienza mistica e fenomeni mistici: Linee di interpretazione psicologica, in “La Mistica, II”, pp. 387-447; A. DE SUTTER, Mistica, in “Dizionario Enciclopedico di Spiritualità”, Città Nuova Editrice, Roma 1990, pp. 1625-1631; H. EGAN, I mistici e la mistica. Antologia della mistica cristiana, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1995; W. TRITSCH, Introduzione alla mistica. Fonti e documenti, Libreria Editrice Vaticana, Citt`del Vaticano, 1995.
[2] G. GOZZELINO, En la presencia de Dios. Elementos de Teología espiritual, Madrid 1944. Sobre todo el capítulo 6º del libro.
[3] F. RUÍZ SALVADOR, Mística y experiencia cristiana, in “Caminos del Espíritu. Compendio de teología espiritual”, EDE, Madrid 1998, pp. 435-501.
[4] En modo especial a algunas voces del Dizionario Enciclopedico di Spiritualità, (DES), Città Nuova Editrice, Roma, 1990, y al Diccionario de la Mística, Librería Editorial Vaticana, Roma 1998, además del clásico Dictionnaire de Spiritualitè ascètique et mystique, Beauchesne, Paris, ya completo con sus preciosos índices. Y una buena síntesis la encontramos también en el Diccionario de la Mística, Ed. Monte Carmelo, Burgos 2000.
[5]  Un buen resumen de todos los problemas inherentes a la mística en F- Ruiz, Caminos del Espíritu, Madrid. Ed. de Espiritualidad, 1998, pp. 435-501. Por lo que se refiere a las diferencias acerca de la mística cristiana y no cristiana conviene quizá profundizar el tema.
[6]  Acerca de la relación entre mística y sacramentos de la iniciación remito a mi exposición: La mistica dei Sacramenti del’iniziazione cristiana, in Aa.Vv., La mistica. Fenomenologia riflessione teologica, Roma, Cittá Nuova 1984, pp. 77-111.
[7] Cfr. SANTA TERESA DE JESÚS,Castillo Interior, 4M 1,2
[8] Cfr. Lumen Gentium, 4.
[9] Cfr. Lumen Gentium, 12.
[10] Cfr. Dei Verbum, 8.
[11] La interpretación de los dogmas (1988) III, 2, en  Comisión Teológica Internacional, Documentos (1969-1996), Madrid, Bac, 1998, p. 447-
[12]  Texto original latino en  Insegnamenti di Paolo VI, Tipografía Poliglotta Vaticana, Cittá del Vaticano 1971, pp. 852-856; versión castellana en “Ecclesia” n. 1509, 19 de septiembre 1970, pp. 5-7.
[13] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2014.
[14]  El documento se encuentra en las colecciones de documentos de la Iglesia, cfr. “Ecclesia” n. 2459, 20 de enero de 1990, pp. 30-38.
[15]  Documentación completa publicada en “Ecclesia” n. 3004, 8 de julio de 2000, pp. 28-38. En italiano existe el folleto Il segreto svelato. Il messaggio di Fatima, Bologna, Ed. Dehoniane, 2000, pp.33-48.
[16]  Vida 17, 5.
[17] Cfr. SANTA TERESA DE JESÚS, Castillo Interior, 7M 4,6.
[18] Cfr. SANTA TERESA DE JESÚS, Fundaciones 5,10; 2M 1,8; 1, 2, 7.
[19] Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B 20,2.
[20] Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama de Amor viva B 3,24.
[21] Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B 22,3.
[22] Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B 24,5.
[23] Cfr. SANTA TERESA DE JESÚS, Castillo Interior, 7M 3,6-9; SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B 29,10-11.
[24] Cfr. SANTA TERESA DE JESÚS, Castillo Interior, 7M 3,2.9. SAN JUAN DE LA CRUZ, Llama de Amor viva B 1,28.
[25]  V. MACCA, a..c. pp. 146-147
[26] R .ZAVALLONI, Grazie e fenomeni mistici, in AA.VV., “Vita cristiana ed esperienza mistica”, Teresianum, Roma 1982, pp. 119-182.
[27] V. MACCA, Vita mistica e fenemoni “straordinari”, in “Revista di Vita Spirituale” 42 (1988), pp. 145-163.
[28] G. GOZZELINO, En la presencia de Dios. Elementos de Teología espiritual, Madrid 1994.
[29] Subida del Monte Carmelo II, 21, 4 y 22, 5-7.
[30] Subida del Monte Carmelo II, 11.
[31] Ibidem, II, 16.18; III, 13,6.
[32] Ibidem II, 23- 24.
[33] Ibidem II, 29.
[34] Ibidem II, 30.
[35] Texto íntegro de todo el documento en “Ecclesia” n. 3004, 8 de julio de 2000, pp. 28-38. texto de Ratzinger como Comentario teológico pp. 33-38.
[36] CCE nn. 65-67.


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